La práctica deportiva ha estado presente en muchos momentos históricos y contribuido a la política, economía, educación y salud; podemos encontrar etapas favorables para el perfeccionamiento del deporte y otros procesos históricos con cierta decadencia.
En el paleolítico, por ejemplo, cuando la humanidad daba sus primeros pasos y vivía en comunidades primitivas, la actividad física era parte cotidiana y esencial de la vida, cuando la sobrevivencia desempeñaba un papel fundamental: fueron la caza, pesca y recolección las principales actividades para la supervivencia, por lo que resultaba indispensable desarrollar habilidades como correr, trepar, recorrer largas distancias o nadar; de tal manera que los individuos que mejor desempeñaban estas habilidades eran admirados en sus comunidades.
En la época antigua, la civilización griega alcanzó el mayor grado de desarrollo cultural con grandes aportaciones al deporte organizado: se efectuaron los primeros Juegos Olímpicos, que reunían no sólo a competidores y espectadores de la Grecia continental, sino de muchas otras partes del mundo conocido hasta ese momento. Para facilitar el traslado de los interesados en acudir a la ciudad de Olimpia, se acordaba una tregua sagrada (ekecheiria), consistente en posponer todo tipo de conflicto por respeto a la importancia religiosa de los juegos. La práctica deportiva fue sustancial en todos los aspectos de esa sociedad.
La Edad Media fue una etapa oscura para el deporte porque resultó escaso y muy poco conocido, y solamente la nobleza podía disfrutar en sus ratos libres juegos de pelota o justas deportivas relacionadas con el combate, la cacería y la guerra, con lo que marginaban al resto de la sociedad. Hasta el Renacimiento se recuperó la práctica deportiva como herramienta para el desarrollo y cuidado del ser humano.
Durante el Siglo XVIII, en Inglaterra, nació el deporte moderno y se institucionalizaron las diversas competencias, la regulación de todas ellas, la aparición de los primeros clubes deportivos y su difusión; y así se sembraron las bases mercantiles que el deporte conserva en la actualidad.
Desde entonces, la ardua deformación del deporte resulta cada vez más evidente, porque se ha convertido en lo que vemos hoy: una mercancía a la que sólo pocos acceden; por ejemplo, en México, el porcentaje de la población físicamente activa es muy baja, según el Módulo de Práctica Deportiva y Ejercicio Físico del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi); en 2024, el 59 por ciento de la población mayor de 18 años fue inactiva físicamente; del 41 por ciento de la población activa, únicamente el 64 por ciento lo hizo en un nivel suficiente, y 76 por ciento debió buscar instalaciones privadas para efectuar algún deporte, con lo que éste se aleja de su carácter desarrollador para beneficiar solamente a la élite económica del país.
La Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut) reporta datos alarmantes: la diabetes es la segunda causa de muerte en México; alrededor del 75 por ciento de los adultos tiene sobrepeso u obesidad; estos males podrían combatirse eficazmente si los mexicanos pudiéramos acceder a una práctica deportiva digna y a una alimentación suficiente y de calidad.
Sólo el pueblo unido será capaz de reivindicar el derecho al deporte y reorientarlo para el buen desarrollo de nuestra sociedad y de sus individuos; sin embargo, antes debemos despojarla de su sentido mercantil al servicio de los ricos y poderosos empresarios que se benefician negociando con él.