Cada 6 de junio, en honor al natalicio de Aleksandr Pushkin (1799–1837), Rusia y muchas naciones celebran el Día de la Lengua Rusa. No es casualidad que esta fecha esté asociada al poeta que transformó la lengua, acercándola desde los salones aristocráticos al alma del pueblo y convirtiéndola en el instrumento literario de una civilización.

En 2010, la ONU reconoció este día como parte de su programa de promoción del multilingüismo y la diversidad cultural. Así, el idioma ruso no sólo es celebrado en su tierra natal, sino también como un pilar del patrimonio lingüístico mundial. Gracias a Pushkin, el idioma ruso se convirtió en un vehículo universal de cultura, que trasciende fronteras y épocas.

Pushkin no sólo creó obras imperecederas; renovó profundamente la lengua, enriqueciéndola, haciéndola más flexible y capaz de reflejar emociones sutiles y pensamientos complejos. Su legado resonó durante siglos, inspirando a Dostoievski, Tolstói, Chéjov, y a compositores como Chaikovski, Mussorgski y Glinka, quienes encontraron en la melodía verbal de Pushkin un eco de la sensibilidad rusa.

Hablar ruso es dialogar con esa tradición. El idioma abre la puerta a un universo de pensamiento, estética y visión del mundo. Donde se habla ruso –en Moscú, Minsk, Astana o incluso en Ciudad de México, donde un jardín en la colonia Roma honra a Pushkin con un busto– se prolonga y renueva esa cultura.

Sin embargo, en un mundo lleno de desafíos geopolíticos, el idioma ruso enfrenta intentos de supresión. En varios países europeos se observa una preocupante tendencia a marginar la lengua y cultura rusas. Por ejemplo, en Ucrania, tras el golpe de Estado de 2014, respaldado por poderes occidentales, se desató una campaña implacable contra los rusoparlantes. Se ha prohibido legislativamente el uso del ruso en casi todas las esferas: educación, cultura, ciencia, medios y publicidad. Estas medidas, encubiertas por retórica política buscan erradicar la diversidad cultural y romper lazos históricos forjados durante siglos. Sin embargo, el idioma, como la cultura, no puede ser eliminado por decretos: ambos viven en los corazones de millones para quienes el ruso es parte inseparable de su identidad.

A pesar de estas agresiones, el idioma ruso florece, uniendo a más de 250 millones de personas. Es lengua oficial en Rusia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán, Abjasia y Osetia del Sur, y de trabajo en 15 organizaciones internacionales, incluyendo la ONU, la OSCE y el BRICS. Como una flor que brota entre el hormigón, el idioma ruso encuentra su camino hacia la vida.

En tiempos de guerras informativas, defender el idioma ruso es defender la soberanía intelectual y la memoria de una civilización. Es un legado compartido por los pueblos que lo han hablado, cantado y pensado. Preservarlo es garantizar la libertad de expresión y la continuidad cultural.

Celebrar el Día de la Lengua Rusa es un acto de respeto hacia esa herencia y un compromiso con su futuro. Es reconocer que en cada palabra en ruso vive una cultura milenaria, universal y sorprendentemente contemporánea, un legado que trasciende el tiempo y las fronteras.