En México, el deporte refleja las más profundas desigualdades económicas y sociales. Mientras el Estado invierte menos del 0.1 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) en la promoción y práctica deportiva entre los mexicanos, los clubes privados llenan este vacío con tarifas exorbitantes, por lo que solamente unos pocos con capacidad económica tienen acceso al deporte. Pero lo más alarmante es ver cómo la lógica capitalista que justifica la privatización de derechos básicos y convierte el acceso al deporte en un símbolo de estatus y no en un bien común ha logrado normalizar esta realidad entre los mexicanos.

La ausencia de infraestructura pública deportiva adecuada, espacios infrautilizados o abandonados, la falta de entrenadores especializados, el insuficiente apoyo oficial, son factores que obligan a las familias a recurrir a clubes privados, administrados por empresas que operan bajo una dinámica de mercado: ofertan servicios “exclusivos” a cambio de ganancias. Mensualidades de mil 500 a ocho mil pesos, más el costo de inscripción, uniformes, viajes para competencias, material para entrenamientos, y un sinfín de gastos que deben cubrir los deportistas o sus familiares, pero ¿por qué los ciudadanos no cuestionan masivamente estas trabas para tener acceso al deporte? 

La respuesta yace en el sistema capitalista que impera en México; nos han enseñado a normalizar la privatización. “Si quieres calidad, tienes que pagar”, repiten como mantra padres de familia, entrenadores y sobre todo los medios de comunicación. El deporte público con frecuencia es asociado a lo “pobre” o “de segunda”, sin calidad de competencia y pierde valor simbólico frente a la supuesta excelencia de lo privado. 

El capitalismo transforma derechos sociales en mercancías, por eso sostienen que, si es gratuito, no sirve. Así, el derecho a moverse, jugar o competir se reduce a un servicio sujeto a las leyes de la oferta y la demanda, como ejemplo existen clubes premium, con albercas, canchas de pasto sintético, canchas con duela profesional, etc., los cuales prometen formar campeones, pero únicamente son para los hijos de las élites. 

La aceptación social de estas tarifas se arraiga en el individualismo promovido por el neoliberalismo. Frases como “nadie regala nada” o “el que quiere, puede” ocultan las barreras estructurales. Según una encuesta del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) de 2023, el 67 por ciento de los mexicanos considera que los precios de los clubes deportivos son “altos, pero necesarios”. Peor aún: muchos padres asumen deudas con tal de brindar a sus hijos “oportunidades”, con lo que se perpetúa un ciclo de presión económica. 

El sistema capitalista depredador genera efectos devastadores en la sociedad mexicana; por ejemplo, México ocupa el primer lugar en obesidad infantil en América Latina, jóvenes promesas abandonan el deporte por los costos que implican la preparación deportiva; y los que tienen solvencia económica para practicar deporte, no tienen el talento necesario para ganar; como dato veamos la participación en los juegos olímpicos: el 80 por ciento de los atletas proviene del sector privado y ahí están los pésimos resultados. 

Para romper esta inercia se requieren acciones concretas: debemos exigir al Estado que cumpla la Ley General de Cultura Física y Deporte, que invierta en espacios públicos con autogestión vecinal, enseñar que el deporte es un derecho, no un lujo; el deporte no debería ser vistocomo una mercancía, como ocurre actualmente en México; la normalización de altas tarifas en clubes deportivos no es solamente un fracaso del gobierno: es el síntoma de un sistema que convierte derechos en privilegios.

El reto es grande: debemos exigir recursos públicos para crear clubes deportivos que respondan a las necesidades de las clases trabajadoras y con ello descolonizar la mente de la idea de que sólo lo privado vale, el deporte en esencia es comunidad, es salud y pugna por la libertad y el desarrollo integral del individuo. ¡Impidamos que el capitalismo nos robe eso!