En la sociedad en que vivimos, la existencia de la mayoría de las personas se encuentra fragmentada en dos esferas: la vida personal y el trabajo. En la primera, se suele incluir las relaciones familiares, de amistad, el tiempo libre, los hobbies; es decir, aquellos espacios donde los individuos sienten cierto control sobre sus decisiones, donde pueden ser ellos mismos, expresar y desarrollar su personalidad, aunque sea por momentos. En cambio, durante la jornada laboral, suelen sentirse despersonalizados, exhaustos, contando las horas para que la jornada termine.
Una manifestación clara de esta problemática es el desgaste emocional que sufren muchos trabajadores, expresado en formas como el estrés y la insatisfacción. En México, el 75 por ciento de los empleados sufre fatiga relacionada con el estrés laboral (IMSS), y sólo el 54 por ciento se declara satisfecho con su trabajo (El Economista, seis de marzo de 2025). Entre los factores que contribuyen a este malestar se encuentran la falta de afinidad con las tareas que desempeñan, la escasez de oportunidades para el crecimiento personal y profesional, así como el desequilibrio entre la vida laboral y personal. Esta situación inevitablemente afecta la actitud de las personas, llevándolas hacia la desmotivación, el pesimismo, el abandono de la realización personal y una creciente desconexión emocional con lo que hacen. Con el tiempo, estos síntomas trascienden el ámbito laboral y se extienden a la vida personal, llevando a muchas personas a buscar compensaciones en el alcohol, las drogas o el entretenimiento compulsivo.
Sin embargo, aunque estas experiencias son compartidas por una gran parte de la población trabajadora, han sido abordadas en gran medida como si se tratara de fenómenos individuales, fundamentalmente psicológicos. Así, el estrés, la desmotivación, el abandono o el agotamiento suelen entenderse como rasgos personales, resultado de una falta de habilidades emocionales. Es el individuo quien debe adaptarse o fortalecerse, para lo cual se le ofrecen herramientas de gestión emocional, técnicas de autocuidado, discursos de resiliencia, etc. Paralelamente, las empresas despliegan un abanico de estrategias orientadas a motivar y alinear los objetivos del trabajador con los intereses corporativos, que van desde reconocimientos al empleado del mes, hasta recompensas por productividad.
Aunque estas manifestaciones psicológicas son innegables, detrás de estos aspectos subjetivos existe una causa objetiva que los origina. Esta separación entre la vida personal y el trabajo no es casual ni se trata de un problema meramente individual o psicológico. Es un síntoma de una forma de organización social en la que el trabajo ha dejado de ser una actividad significativa para convertirse en una actividad forzada y ajena. ¿Por qué ocurre esto? Porque los trabajadores no poseen medios propios para vivir. Para adquirirlos deben vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario. Este salario sólo representa una parte del valor que realmente generan con su actividad. El resto queda en manos de quien los emplea.
Así, el trabajo propio le pertenece a otro. Su actividad no responde a sus propios fines, sino a los intereses de quien lo emplea, y en esta medida, su actividad está controlada: se le indica qué hacer, cómo hacerlo y en cuánto tiempo. Esta forma de trabajo, en la que priva la dependencia y el sometimiento, inhibe el desarrollo pleno de las capacidades físicas y mentales de los trabajadores. En última instancia, el individuo no se pertenece a sí mismo mientras trabaja, se convierte en una pieza funcional de un proceso productivo que lo excluye de la decisión, del propósito y del sentido. Aquello que debería ser una actividad creativa y transformadora se vuelve una tarea opresiva, repetitiva y deshumanizante.
Mientras el trabajo siga siendo una actividad ajena, orientada al enriquecimiento de otros, el sufrimiento psíquico de los trabajadores no podrá resolverse con simples herramientas de autocuidado ni discursos de resiliencia que, por lo demás, se han convertido en un negocio más. Superar este malestar social implica cuestionar de raíz el orden social que lo produce y abrir paso a una organización del trabajo orientada a la cooperación y al desarrollo pleno del ser humano.