Es un compendio de ensayos y el más relevante está dedicado a evaluar objetivamente la cultura popular. Para el análisis de ésta, Umberto Eco (Italia, 1932-2016) confronta a dos protagonistas opuestos: los apocalípticos, quienes atribuyen a la cultura popular expresiones degradadas de la cultura de élite (música sinfónica, ópera, teatro, literatura y artes plásticas refinadas); y los integrados, consumidores de canciones y películas populares, así como televisión y radionovelas, información periodística cotidiana e historietas elaboradas con dibujos y diálogos escritos.
Una de las conclusiones resalta esta paradoja: que el consumo masivo de las múltiples expresiones de la cultura popular se debe a que son producidas por los apocalípticos y que éstos son también los responsables de que su contenido sea “trivial y aún ofensivo para los bien-pensantes”. Es decir, son los beneficiarios económicos de la cultura de masas y de su deliberada pobreza educativa, estética, ética, política e ideológica. Eco recuerda también que con un mismo lenguaje se elaboran todos los discursos posibles y que éstos, desde luego, son difundidos en los medios de prensa de cualquier tipo.
“Pienso que el problema del mito y de la imagen no es algo solamente propio de las épocas primitivas y clásicas. En un armario tengo 200 o 300 ejemplares de las historietas en colores de Superman, y pienso que, en el fondo, un mito de nuestro tiempo no expresa una religión, sino una ideología. En resumen, llego a Roma y comienzo por poner sobre la mesa un montón de tebeos de Superman. ¿Qué harán? ¿Expulsarme? No. Señor. Se acercan a mi mesa y con el pretexto de examinarlos, estos abates de manos largas los escamotean como si tal cosa. Aparte de esto, que ya era una señal del cielo, se desata una discusión y me convenzo de que el tema da para mucho”.
En las líneas que siguen Eco sintetiza una de sus conclusiones más objetivamente apegadas a la realidad actual: “… frente a quien, en la sociedad tecnológica avanzada, ve la industria de la comunicación como una masiva operación de achatamiento unidimensional de los usuarios, y frente a quien ve el nacimiento de una nueva aldea global, donde una sensibilidad renovada se nutre optimistamente no de los contenidos, sino de la forma misma y de la alucinante multiplicidad de los mensajes, nos parece que sigue siendo válida (y corroborada por los hechos) una de las hipótesis que atraviesa todo libro; un aumento cuantitativo de la información, por desordenado y opresivo que parezca, puede producir resultados imprevistos, según la ley por la cual en la circulación de las ideas no hay neutralización reformista, antes bien todo aumento cultural –sea cual fuere el proyecto ideológico que lo determina– produce resultados que, en la dialéctica de las circunstancias dadas, va mucho más allá de las previsiones de los estrategas o los estudiosos de la comunicación”.
Umberto Eco fue semiólogo, lingüista, filósofo, ensayista y autor de siete novelas, cinco colecciones de cuentos infantiles y de 20 compendios de ensayos multidisciplinarios. Sus novelas más conocidas son El nombre de la rosa (1980) y El péndulo de Foucault (1988). El ensayo Apocalípticos e Integrados fue escrito en 1964 y publicado en 1965 en una antología que reúne 65 textos de este género literario.