Este corto título enuncia el contenido, desarrollo y desenlace de una comedia que relata una serie de equívocos en la que intervienen dos presuntos opositores al gobierno de un país europeo; tres agentes de la policía secreta que en realidad son dos; los de su jefe del más alto nivel y los de una “extraordinaria” estrategia de investigación policial, cuya ejecución habría sido perfecta salvo por el hecho de que no logró saber en qué consistía, ni qué perseguía el plan subversivo de los supuestos conspiradores, quienes no pudieron ser llevados ante un juez porque murieron asesinados al librarse de los sagaces agentes del Servicio Especial.

Lejos de compartir la trama de una novela policial –género literario al que este autor griego (Atenas, 1919-Pilos, 2003) dedicó la mayor parte de sus obras de ficción– El fallo (1965) se dedica a denunciar las prácticas de asechanza física y sicológica de uso común de los policías políticos de la mayoría de los Estados nacionales a fin de lograr la confesión de los sospechosos, como ocurre en el caso de los detenidos del Café Deportivo, a quienes sus captores tratan de sacar la “verdad” por vía de la distracción, el juego y falsas expresiones de amistad.

El fallo es en realidad una novela política, en la que mediante el trazo de escenas triviales, cómicas y absurdas, Samarakis mueve a cinco personajes sin nombre propio, que identifica sólo con sus cargos policiales y presuntos hechos delictivos y que se desplazan en las calles de la ciudad-capital y el puerto marino más importante de un país que quizás sea Grecia, su patria. El relato se ubica en el último tercio del Siglo XX, como lo sugieren la cita de los hechos más conocidos de Europa, el uso de aparatos electrónicos (televisión, telefonía celular, Internet, etc.) y aún el pasado político del autor.

Durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) Samarakis participó en el movimiento de resistencia a la invasión hitleriana de Grecia; en 1944 fue detenido, sometido a prisión e incluso condenado a muerte por los nazis, pena de la que se libró gracias al término de esta conflagración militar. Fue abogado laboral, titular del Ministerio del Trabajo de su país, funcionario de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y Embajador de Buena Voluntad de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNICEF).

Además de esta novela, fue autor de Señal de peligro (1959) y tres libros de cuentos. Una de las mejores muestras del estilo sardónico de Samarakis lo ofrece la explicación que el Jefe del Servicio Especial brinda al Inspector y al Manager sobre la metodología del plan “perfecto”, que además de vigilar de manera permanente al presunto conspirador los obliga a darle un “trato amistoso” y brindarle un “ambiente normal de cada día, como si nada ocurriera”, a fin de que estas posturas distintas lo expongan a los “mismos cambios de temperatura calor, frío, calor, frío” que inevitablemente llevan a “explotar o reventar” a un tubo de metal.

Sin embargo, al final de su detallada disertación, el Jefe del Servicio Especial aclara a sus agentes: “Uno de los requisitos esenciales del plan, quizás el más esencial, es que para ocurra algo no tiene que ocurrir nada”.