La desigualdad y la polarización en prácticamente todas las dimensiones de la vida social son características constituyentes del sistema capitalista. A la par de la polarización y conflicto entre las clases propietarias y los desposeídos de medios de producción, se reproducen inmensas desigualdades geográficas diariamente: tanto al interior de los países, entre regiones prósperas y en crecimiento y otras atrasadas y estancadas, como entre naciones ricas y pobres. El desigual desarrollo de las fuerzas productivas, las crisis, guerras y catástrofes ambientales agudizan profundamente estas diferencias.
El movimiento de la población de un país a otro, o migración, es por lo tanto consustancial a estas enormes desigualdades geográficas, pues es la forma en que las personas intentan escapar de condiciones particularmente desfavorables para tratar de acceder a una vida más decorosa para ellos y sus familias. Mientras que la globalización capitalista ha reducido exitosamente los obstáculos al movimiento del capital en sus formas de mercancía y dinero, no ha sucedido lo mismo con el movimiento de personas entre países, y en particular de personas. Muros, ejércitos, fuerzas especiales y cárceles detienen o previenen la emigración, que sería consistente con la magnitud de la desigualdad entre países.
A pesar de eso, mares de personas abandonan todo y, en muchos casos, arriesgan su vida y bienestar por la posibilidad de acceder a una vida mejor. Las múltiples crisis y guerras de los últimos años han servido para acelerar esta expulsión masiva de personas de América Latina, África y Asia hacia el puñado de países ricos. La magnitud de este movimiento ha colocado a la migración como un tema crucial en la política de esas naciones durante años, cuando no como el más importante al menos en términos de la retórica electoral. Por un lado, la derecha tradicional aprovecha estas recurrentes crisis de inmigración para acentuar el discurso de odio que culpa a los inmigrantes por los principales problemas económicos y sociales del país en cuestión. Del mismo modo, los segmentos más “liberales” de las élites políticas rechazan esta explicación de palabra mientras que, en los hechos, ceden o aplican alegremente las políticas de control migratorio impulsadas por la derecha, como es el caso del partido Demócrata en Estados Unidos.
Sin embargo, un fenómeno novedoso consiste en que una parte de la izquierda de los países ricos se ha sumado al discurso de “controlar” la inmigración. Este giro se justifica con el argumento de que la izquierda debe preocuparse por los intereses de la clase trabajadora (la clase trabajadora local y blanca, por supuesto), que se ven afectados por el permanente flujo de inmigrantes, dispuestos a aceptar salarios más bajos y condiciones más precarias. Aunque esta versión suele atribuir la política de “puertas abiertas” a la burguesía nacional beneficiada por el flujo de inmigrantes, que adquieren fuerza de trabajo barata, comete el doble error de, primero, restringir su análisis y preocupación a lo que sucede en las fronteras de su Estado-nación y, segundo, de hacer un análisis completamente parcial del efecto total de la inmigración, de cara al crecimiento y desarrollo económico de su país. En síntesis, aunque por otros medios, esta izquierda termina subiéndose a la ola nacionalista y populista para quitar votos a la extrema derecha y obtener éxitos electorales.
Una izquierda verdaderamente revolucionaria se abocaría a la tarea de explicar pacientemente, y por todos los medios a su alcance, las causas más profundas de la inmigración (que se encuentran en la naturaleza del imperialismo y el capitalismo) así como sus consecuencias reales en todas las dimensiones de la vida de sus países. Del mismo modo, derivaría un plan de acción tanto nacional como global con el resto de las fuerzas revolucionarias y progresistas del mundo, que priorizara el desarrollo económico mundial más equilibrado e hiciera la inmigración masiva cada vez menos necesaria. Este carácter internacional y educador de la actividad política son antagónicos al pragmatismo nacionalista y electoral dominantes entre la mayoría de la izquierda en los países ricos.
La tentación populista, traducida en respaldo a políticas reaccionarias respecto a la inmigración refleja la debilidad temporal de la doctrina internacionalista del socialismo científico entre las masas del mundo. Por eso, para abordar los grandes problemas globales con mayor probabilidad de éxito, es preciso recolocarla como la verdadera guía del proletariado mundial en la lucha por su emancipación.