Si usted cree que no existen investigadores que beban curare (un tipo de veneno) por curiosidad científica o que interrumpan el momento álgido de su noche de bodas para anotar una fórmula matemática de astronomía, espere a leer esta historia sobre Alexander von Humboldt y Carl Friedrich Gauss.
Tomamos como referencia principal la novela La Medición del Mundo, del filósofo y escritor alemán Daniel Kehlmann. Se trata de una obra muy documentada, apasionante y amena, cuyo estilo está claramente influido por el realismo mágico. En ella, el autor recrea el contexto económico y político de la época: las características de la sociedad prusiana durante el gobierno de Federico Guillermo, los efectos de la guerra entre Francia y Prusia y el sometimiento de las colonias europeas en América. También aborda aspectos filosóficos, artísticos y científicos. La historia se desarrolla entre globos aerostáticos, botellas de Leyden, teodolitos, barómetros y numerosas referencias a personajes como Hegel, Kant, Schiller, Goethe, Weber, Möbius, entre otros pensadores.
Alexander von Humboldt (1769-1859) fue un naturalista, explorador y geógrafo prusiano que revolucionó las ciencias naturales; un incansable observador que midió y analizó todo cuanto hallaba a su paso: cuevas y montañas, corrientes marítimas, rocas, nubes, volcanes, ecosistemas, plantas y animales. Viajó a América, donde estudió las poblaciones indígenas. Exploró los Andes, la confluencia del Amazonas y el Orinoco, y ascendió al Chimborazo (la montaña más alta conocida entonces). Probó el curare y experimentó con la electricidad de las anguilas en su propio cuerpo. Descifró el calendario azteca en el Templo Mayor y descubrió los prismas basálticos en Huasca de Ocampo, Hidalgo. Fue miembro de varias academias y la principal inspiración de científicos como Charles Darwin.
Por su parte, Carl Friedrich Gauss (1777-1855) fue un matemático, físico y astrónomo prusiano, considerado el “Príncipe de las Matemáticas”. Desde niño mostró su genio, como en la anécdota en que sumó los números del 1 al 100 empleando la fórmula para la progresión aritmética. Publicó, en 1801, sus Disquisitiones Arithmeticae, una obra estructurada conforme a la teoría de números. Fue pionero de las geometrías no euclidianas. Calculó la órbita del “planeta” Ceres, contribuyó a la estadística (campana de Gauss, mínimos cuadrados, entre otros aspectos) y al electromagnetismo (una de las leyes fundamentales lleva su nombre). Para subsistir, se volvió agrimensor y astrónomo, aunque pensaba que éstas eran profesiones menores.
¿Por qué el autor considera a Humboldt y Gauss personalidades opuestas? Mientras que la tragedia de Gauss era vivir encerrado en una época, la de Humboldt era permanecer en un solo lugar. Uno exploraba el mundo midiendo cuanto veía; el otro se dedicaba al razonamiento lógico riguroso. Humboldt era intrépido e imparable; Gauss, ensimismado y meditabundo. Humboldt era sociable, miembro de múltiples academias científicas, aunque solitario en lo sentimental. Gauss era huraño, pero dependiente de más de una pareja amorosa. Humboldt era bienintencionado y solidario, repudiaba el esclavismo y el racismo. Gauss, egoísta, permanecía ajeno a la guerra y a su familia.
En la historia se funden magistralmente las circunstancias personales con importantes aspectos del conocimiento. Por ejemplo, la discusión sobre qué es la ciencia: para Gauss es “un hombre sentado en su escritorio que no se da por vencido hasta que comprende”; para Humboldt, “instalar un barómetro en cualquier lugar”. O el debate acerca de cuál de esas dos mentes viajó más: ¿la del que anduvo y midió el mundo o la del que lo calculó todo desde un estudio? ¿Quién realizó un mayor esfuerzo personal? ¿Gauss, el genio pobre, o el tozudo Humboldt que pertenecía a la nobleza?
Como los ríos Orinoco y Amazonas, lo distinto puede confluir: Humboldt mediría el magnetismo terrestre en Asia y enviaría los datos a Gauss para su análisis. El espíritu aventurero de quien no tuvo hijos (Humboldt) influiría en el hijo de Gauss, quien fue exiliado y viajó a América. El legado de ambos permanece y se renueva.
Para estos hombres, “¡la luz no era la claridad, sino el conocimiento! Los humanos pertenecían a la luz” (Kehlmann).