El mercado ilegal de narcóticos estimula dos pulsiones del ser humano moldeado por la sociedad capitalista: el hedonismo y la ambición inescrupulosa por el dinero. Lo primero se explica por ese apoderamiento masivo que hacen las empresas de las voluntades de millones de personas. Inyectan el sofisma en la mente de todos: consumir es brindarle sentido a la existencia.

No es para menos. Las ganancias de las empresas multinacionales dependen del consumo tumultuoso. La burguesía se ha especializado en crear necesidades artificiales y también ha sido capaz de mejorar en grado sumo la calidad de las mercancías más básicas. Por ejemplo, comemos, bebemos, viajamos, nos entretenemos mejor que antaño (claro, con el dinero suficiente); entonces, para consumir mejor y más debemos ser amantes irrefrenables del placer, no conformarnos con lo estricto; nos moldean, pues, para un estilo de vida que huye de lo simple y monótono (aunque la monotonía sea el modo de producir eficientemente en el capital); luego, este estilo de vida se esculpe al ritmo del consumo excesivo orientado al hedonismo llano; las clases altas imponen la idea de que la diversión es el exceso; un hedonismo falso y frívolo: vivir en fiesta eterna es darle rienda suelta al deleite de los sentidos, el mañana no existe. 

Por ello, los juguetes de la burguesía: las celebridades de la música, del cine, de las redes sociales lo presentan como un incentivo al glamour y en los clubes nocturnos y centros de la socialité encontramos abundancia de aquellas sustancias psicotrópicas. Aunque el consumo esté normalizado en las élites, no es una situación privativa. Su ejemplo obsesiona a los habitantes de los barrios y pueblos más pobres que, aunque su miseria objetivamente los aleje de sus millonarios opresores y explotadores, no renuncian al anhelo de vivir las vidas de aquéllos. Y en sus posibilidades también se entregan a la evasión placentera de la realidad. Sus motivos también incluyen huir de la monotonía, pero por lo lacerante de la miseria y la frustración. En masa, pues, se arrojan a la manufactura y tráfico de estas mercancías adictivas, que representan un atajo para saborear, así sea efímeramente, de las riquezas y cotos de poder que les niega su situación objetiva de clase. De esta guisa, el mercado de drogas se arraiga en todas las clases sociales. 

Todos los productores buscan clientes de por vida. Hacerlos consumidores cautivos es convertirlos en adictos a una mercancía. De ahí que la cantidad y calidad de los estupefacientes crezca exponencialmente sin que ningún superpolicía o “supercapitán América” pueda detenerlo. 

Bajo esta lógica, no es inaudito pensar que la prohibición, más que una medida para cuidar la salud colectiva, tenga como objetivo garantizar los precios altos; por ser ilegal, el negocio es más lucrativo. Éste es el segundo estímulo: el dinero en exceso. Una sociedad amante del dinero nunca deja pasar la oportunidad de aumentar sus negocios, aunque éstos produzcan daños colaterales infernales e irreversibles. El tráfico de drogas genera suficiente dinero para ablandar a los “incorruptibles” y profundizar la parásita ambición de los corruptos de todos los niveles de gobierno.

Sí, también ocurre en el autodenominado país más democrático del mundo: Estados Unidos (EE. UU.). Justamente esta sociedad es la más consumista y ambiciosa que ha producido el capital. ¿Es por eso que han pasado tantas décadas y el combate efectivo contra las adicciones y el narcotráfico han sido un fracaso? Presuntamente se decomisan miles de cargamentos ilegales de drogas, pero su población es más adicta que antes: en EE. UU., cerca de 300 personas mueren al día y más de 110 mil anuales, en su mayoría jóvenes, por sobredosis de drogas sintéticas ilícitas, entre ellas el fentanilo, según el Centro de control y prevención para enfermedades de aquel país.

Y en México la situación no es menos dramática. La Encuesta Nacional de Consumo de Drogas, Alcohol y Tabaco ha reportado un aumento en el consumo de sustancias psicoactivas. Entre 2013 y 2023, el uso de estimulantes tipo anfetamínico (ETA) se incrementó en un 416 por ciento. Además, el consumo de metanfetaminas y éxtasis ha aumentado 400 por ciento durante la última década.

Miente la Presidenta cuando afirma que México no atraviesa por un problema de salud pública ocasionado por adicciones a drogas como en EE. UU. Nuestra penosa dependencia económica también nos hace emuladores de la cultura estadounidense. Idolatramos al país del norte, aunque históricamente haya sacado ventajas de nuestras desgracias y debilidades.

Así pues, el capitalismo engendra demonios que no desea aniquilar. Todo vale mientras haya fortunas para los de siempre y nada importan la enfermedad, muerte y “miseria del populacho”. La creación de una sociedad más soberana y equitativa es el camino para el desarrollo de una sociedad más saludable. Eso implica, inevitablemente, desplegar una economía que supere los defectos indeseables del capitalismo. Esperar que sólo el asistencialismo consolide una nación poderosa significaría vivir en una realidad narcotizada: ilusoria y autodestructiva.