La epopeya del Morro (1899) es el título de un extenso poema heroico del peruano José Santos Chocano (1875 - 1934) en el que su ideario socialista, unido a un apasionado rescate del pasado americano, vibra en versos de arte mayor con tanta perfección formal como erudita profundidad. En la Invocación, al modo clásico, y en una intrincada y culta filigrana, el poeta llama a la musa para que abandone los banquetes de la victoria y se disponga a cantar las hazañas de los héroes modernos para salvarlos del olvido:
(…)
¡Musa: el héroe está ahí! Bésale y rompe
el canto al fin; que si no es bronce, el canto
no se oxida tampoco ni corrompe…
Así está el héroe: besa sus heridas;
enjúgale el sudor; contén el llanto;
y al vibrar tus estrofas conmovidas,
justo es que en sacra inspiración te exaltes,
para cantar las luchas encendidas
entre ese héroe inmortal –como Leónidas–
y la suerte traidora –como Efialtes–…
“La poesía de José Santos Chocano –dice el erudito guatemalteco Arqueles Vela en Literatura Universal (1950)– es una poesía de lucha. Iras santas contiene los primeros impulsos de su espíritu rebelde, de un pensamiento opuesto a las ideas de la sociedad contemporánea. Una fuerza anarquista se vislumbra en la temperatura de su verso: protesta lírica contra la desorganización del mundo. Su verso se alza como un símbolo activo en la existencia del hombre; como una alegoría de la justicia desterrada de la humanidad. Proclama la igualdad como un derecho; como una condición de las relaciones sociales” (…)“su poesía tiene una finalidad: la redención social. Es utilitarista, de tendencia cívica. El arte ha de servir al hombre para violentar la transformación de la estructura de la sociedad. El arte y el hombre se identifican en el ideal común”.
La primera de las diez partes que componen esta extensa epopeya es El canto de los héroes, en que expresa su convicción cosmopolita, que considera como patria a la humanidad entera. Si los héroes del pasado han contribuido al presente, y su recuerdo debe ser preservado, el poeta confía en que las generaciones venideras tendrán sus propios héroes, ya no locales, sino forjadores de una “patria universal” libre de injusticias y opresión.
(…)
¡Sacras son las furiosas tempestades
que fecundan la vida con la muerte:
deben serlo también, ya que igual suerte
tienen siempre las hórridas peleas,
las ideas de todas las edades
y los héroes de todas las ideas!
Pronto, pronto, mañana,
la idea de una patria solamente
la eterna unión para la especie humana,
ha de rayar, desde las altas cumbres,
sobre la triste y abatida frente
de las encadenadas muchedumbres.
La Patria vieja cambiará de nombre;
y el nuevo nombre que soñó la mente
triunfará al fin en la batalla ruda...
¡Oh! ¡Patria Universal! ¡Patria del hombre:
todo un siglo, muriendo, te saluda!
Y entonces surgirán potentes brazos,
que el yugo desigual hagan pedazos
y la bandera universal levanten:
y vendrán otros héroes; pero entonces
esculpidos serán en otros bronces
y habrá otras liras que también los canten.
(…)
Hoy canta, ¡oh, musa! cual cantara un día
la musa de Simónides la suerte
de los que hallaron, en la lucha impía
de las mismas Termópilas, la muerte.
Y di también como ella, ante la fría
tumba del héroe que escalara el cielo:
«Su tumba es un altar; y su memoria
vive en la patria con perenne duelo;
y su duelo es un canto de victoria!»
¡Todo puede morir! La fe se trunca,
el amor pasa, la esperanza ceja:
no peligran jamás, ni mueren nunca,
sólo los héroes de la historia humana.
¡Hoy canta al héroe de la patria vieja
y al de la Patria Universal mañana!