Nueva York, 1894–1976. Fue poeta y escritor. Pese a su extensa producción, fue un autor que tuvo escasa visibilidad en vida, publicó en editoriales pequeñas la mayor parte de sus libros. Rhythms (1918) y Rhythms II (1919), sus primeras obras, fueron impresas en casa de sus padres, en Brooklyn. A partir de allí, publicó algunos poemas en periódicos y un volumen recopilatorio. Tras incursionar en la escritura de teatro, Reznikoff volvió a la poesía con Jerusalem the Golden (1934) y Going To and Fro and Walking Up and Down (1941). A estas obras le siguen Testimony: The United States, 1885-1890 (1965), Testimony: The United States, 1891-1900 (1968), Junto al pozo del vivir y el ver (1969), que se publicó originalmente acompañado de The Fifth Book of the Maccabees (1969), y Holocausto (1977). Es autor también de las novelas By the Waters of Manhattan (1930) y Manner Music (1977), publicadas póstumamente. 

 

DEPORTACIÓN

1

Una noche, un policía vino y le dijo

–él había llegado desde Polonia y se había quedado

en Alemania casi treinta años–

le dijo a él y a su familia

“A la estación de policía, ahora.

Pero van a volver de inmediato”, agregó el policía.

“No lleven nada consigo,

sólo sus pasaportes”.

Cuando llegaron a la estación de policía,

vieron hombres, mujeres y niños judíos,

algunos sentados, otros de pie,

muchos llorando.

Todos fueron llevados a la sala de conciertos

del pueblo

–judíos de todos los barrios de la ciudad–

y los dejaron ahí por veinticuatro horas,

y luego los llevaron en camiones de la policía

a la estación de trenes.

Las calles por las que los camiones pasaron

estaban llenas de gente gritando,

“¡Los judíos a Palestina! ¡Que se vayan a Palestina!”.

Y pusieron a todos los judíos en un tren

y se los llevaron hacia la frontera polaca.

Llegaron allá a la mañana

–trenes desde todas partes de Alemania–

hasta que los judíos sumaron miles.

Ahí fueron registrados,

y si alguien llevaba más de diez marcos,

el resto era confiscado;

y los hombres de la S.S., los nazis de los

escuadrones de protección, tomándolo decían,

“¡Ustedes llegaron con menos que eso a Alemania,

no pueden llevarse más!”.

Los hombres de los escuadrones de la S.S.

estaban “protegiéndolos”

mientras caminaban hacia la frontera con Polonia;

azotando a los que se demoraban

y arrebatando cualquier valija que pudieran agarrar

mientras gritaban “¡Corran! ¡Corran!”.

Cuando llegaron a la frontera con Polonia,

los oficiales polacos examinaron

los papeles de los judíos

y vieron que eran ciudadanos polacos

y los llevaron a un pueblo de casi seis mil habitantes,

los judíos eran por lo menos el doble.

La lluvia caía fuertemente

y los polacos no tenían lugar donde ponerlos,

salvo en establos,

el suelo estaba cubierto de estiércol de caballo.

 

2

Un judío había ido a la oficina

de la comunidad judía de la ciudad,

encontró que la oficina estaba cerrada

y dos hombres de un escuadrón S.S. con cascos

de acero y rifles estaban en la puerta.

(Los dos eran miembros de la “división de entretenimiento”

y hacían todo tipo de cosas

para entretenerse ellos mismos y a otros).

Le dieron al judío una cubeta con agua caliente

y le ordenaron que limpiara los peldaños de la entrada;

el agua tenía un ácido que le quemaba las manos.

El rabino jefe de la comunidad, que llevaba

su túnica y su manto de oración,

fue empujado junto a él

y también le ordenaron limpiar los peldaños;

los otros hombres de la S.S., parados alrededor y

otros que pasaban sonreían o se burlaban.

 

3

Un sacerdote en Alemania les encontraba

refugio a los judíos

y los judíos iban a él para esconderse.

Él los enviaba a trabajadores en los suburbios

de Berlín y a granjeros fuera de la ciudad,

y ellos protegieron cientos,

ninguna puerta fue cerrada.

Contándole a otro sacerdote por qué hacía esto,

le preguntó al cura –que había estado en Palestina–

“¿Conoces el camino de Jerusalén a Jericó?”.

El sacerdote al que le hablaba asintió;

y el cura que hacía la pregunta continuó:

“En este camino había una vez un judío

que había sido atacado por unos ladrones

y el que lo ayudó no era judío.

El Dios que yo venero me dijo:

‘¡Ve y haz como él!’”.

 

En el vagón del subte...

En el vagón del subte todos

leen con atención sus periódicos;

estudiantes de la actualidad, sin duda.

Guerra en Vietnam, crisis en Medio Oriente,

conflictos entre rusos y chinos.

Pero cuando el tren llega a la estación,

jóvenes y viejos se precipitan al andén;

parece que han sido simplemente

estudiantes de los programas de carreras.

 

Pero no todos:

un hombre permanece sentado,

lápiz en mano,

absorto en sus pensamientos,

haciendo un crucigrama.

 

Te Deum

No canto

a las victorias,

no tengo ninguna,

sino a la simple luz del Sol,

la brisa,

la generosidad de la primavera.

 

A las victorias no

sino al trabajo cotidiano hecho

lo mejor que he podido;

no por un lugar en el estrado,

sino en la mesa común.