En la jocosidad tradicional, los mexicanos siempre terminamos estallando de risa después de imponernos con ingenio y astucia ante los extranjeros; pero lamentablemente, sólo ocurre en los chistes, no en la realidad cotidiana. Esto viene a colación a causa de la baladronada del presidente electo de Estados Unidos (EE. UU.), Donald Trump, de que impondrá aranceles del 25 por ciento a las mercancías de México si no frena el flujo de migrantes y drogas hacia su país. Esta amenaza no es nueva ni su resultado imprevisible; ya que en su primer periodo de gobierno, además de ampliar la construcción del muro fronterizo con recursos de los mexicanos, obligó al expresidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) a contener la migración ilegal a través de la Guardia Nacional (GN) en las fronteras norte con EE. UU. y sur con Guatemala.

Hace unos días, Trump lo volvió a hacer y obligó a la actual Presidenta a armonizar sus deseos con el discurso populista de su predecesor, primero respondiéndole con una bravata, luego matizando ésta; y finalmente enviándole una carta en la que le detalló los esfuerzos que México hace para contener la migración; en la que también se quejó de que el gobierno estadounidense hace poco para reducir el consumo de drogas, entre ellas el fentanilo, y en evitar la entrada ilegal de armas gringas a México; asimismo, cuestionó los gastos militares que Washington hace en otros países. Con este discurso, palabras más palabras menos, la señora Sheinbaum aparentó defenderse correctamente; pero al plantearla ante un Estado tan poderoso y del que México es muy dependiente en el ámbito comercial, su actitud debió ser más mesurada.

En primer lugar, porque lo dicho por la Presidenta no es nada nuevo y porque los hechos públicos, el tráfico de drogas y las armas son actividades rentables en las que están involucrados autoridades y ciudadanos de ambos países, personas poderosas que únicamente se guían por el sonido metálico. En segundo lugar, porque el triunfo de Donald Trump fue el resultado del deterioro económico y social de ese país, así como de la exigencia de los ciudadanos estadounidenses de fortalecer su mercado interno, crear empleos y proyectar la migración de extranjeros en sentido nacionalista, como una competencia laboral que debe ser combatida con políticas de mano dura. Donald Trump solamente resumió el descontento dominante en su país; así que, además de errónea, la carta de la Presidenta fue enviada en un momento inadecuado, porque Trump todavía no toma posesión de su cargo y ella apenas cumple unos meses de gobierno. Es decir, nadie en su sano juicio inicia un pleito antes de tiempo. Hay otras razones de fondo: México no pasa por un periodo sano, ya que Sheinbaum recibió un país con la economía quebrada y una población polarizada. Por ello, debería actuar moderadamente y no con el exabrupto en el que incurrió al final de su carta, en el que advirtió a Trump que a cada arancel de EE. UU. México responderá con otro arancel; algo así como “arancel con arancel se paga”.

La Presidenta debe saber que, en términos de comercio internacional, una economía pequeña no puede imponer nada a una economía grande y entender que sus palabras incurrieron en un mal chiste. Un mal chiste como uno que circuló en YouTube, en el que se contó que el presidente municipal electo de Tehuacán declaró la guerra a EE. UU. y que, en respuesta a este desafío, el gobierno gringo le advirtió que estaba en condiciones de lanzar cientos de misiles e invadir Tehuacán con tres mil soldados; y al preguntarle a su retador que con qué armamento contaba, éste le aclaró que sólo disponía de su “polecía municipal”, sus bicicletas y su resortera. Fue cuando el alcalde electo de la ciudad poblana se echó para atrás, pero no por falta de valentía, sino porque le recortarían el presupuesto, se habían registrado malas cosechas en el pueblo y el municipio no podría alimentar a tres mil prisioneros. El chiste se cuenta solo. ¿La carta pudo ser redactada de otra forma?