Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos (EE. UU.), el único país beligerante sin pérdidas materiales ni humanas significativas, construyó un entramado institucional para imponer su hegemonía sobre los países capitalistas de Europa y, posteriormente, del mundo entero. Una de esas instituciones fue el Banco Mundial (BM), cuyos objetivos fundacionales fueron proveer de dinero mediante préstamos para la reconstrucción de Europa, en un primer momento, y, después, para el desarrollo del Sur Global. EE. UU. estaba impelido a hacerlo debido a la agudización de la lucha de clases en los países pobres, que buscaban otra forma de organización social, inspirados en la Unión Soviética y ante el continuo saqueo y explotación que sufrieron por siglos.
Aunque la mayoría de los países son miembros del BM, el organismo sirve a EE. UU. y a sus corporaciones trasnacionales. Es el gobierno estadounidense el que designa al presidente que estará al frente por cinco años y es también el país con mayores derechos de voto (15.51 por ciento, lo que le da la capacidad de bloquear cualquier iniciativa del resto de los países). La colaboración entre las finanzas privadas y el BM es estrechísima. La mayoría de sus recursos los obtiene de los mercados internacionales a partir de la emisión de títulos; y, además, las puertas giratorias se hicieron presentes desde el momento mismo de su fundación, en 1946, pues sus presidentes fueron y son importantes ejecutivos que antes estuvieron en las oficinas de las grandes corporaciones financieras, que cumplieron sus cinco años en el BM, y volvieron a entrar al mundo de las grandes finanzas.
El papel del BM como promotor del desarrollo fue más bien pequeño y con préstamos a altas tasas de interés durante el periodo de 1950 a 1970, condicionados, además, por los intereses estadounidenses. Después, ante el auge de préstamos internacionales por los grandes bancos, el BM empujó a muchos países del Sur Global al endeudamiento. Fue a partir de las crisis de la deuda de la década de 1980 en los países latinoamericanos cuando el BM comenzó a tener un papel más activo. ¿En qué sentido? No proveyó de más recursos a los países pobres para su desarrollo, sino que sirvió de agente negociador del gran capital financiero estadounidense para que los países pagaran sus deudas a gigantescos intereses –junto con el Fondo Monetario Internacional y el Departamento del Tesoro estadounidense–. Promovió los ajustes estructurales que se les impusieron a los países, que consistían, fundamentalmente, en una redistribución de la riqueza a los dueños del capital (nacional e internacional) y la reducción de las capacidades de los Estados para desarrollar a sus países.
Después de casi cuarenta años de la globalización neoliberal, ¿cuáles han sido los efectos? Sólo pobreza, desigualdad y guerras para los países del Sur Global. La brecha entre países pobres y países ricos se ha ampliado, si excluimos a China. En México, desde la década de 1980, no se ha construido ninguna obra de grandes proporciones, a la altura tecnológica de las grandes infraestructuras: el Tren Maya es un risible aguinaldo de juguetería comparado con los trenes de alta velocidad que existen en China o en Japón. Esto no es particular de nuestro país, sino que sucede en la mayoría de los países pobres, cuyos gobiernos deben seguir destinando buena parte de sus ingresos a cubrir los altos costos de la deuda a costa de las necesidades de sus pueblos, porque se niegan a realizar una reforma fiscal progresiva.
No obstante, este orden está desmoronándose rápidamente. Un incipiente y pujante movimiento desde algunos países del Sur Global, descontentos con los resultados de la desigual arquitectura mundial, quiere cambiarlo. Washington y sus aliados, representantes activos del gran capital financiero, intentan salvar su dominio y su fuente de ingresos. ¿Qué le ofrecen al mundo en términos de desarrollo económico? Desde 2015, el BM promueve las agendas “Maximizando las finanzas para el desarrollo” y “Billones a Trillones”, que consisten en que los gobiernos incentiven a los monopolistas de capital dinerario a invertir en sus bonos soberanos porque ellos solos no tienen la capacidad de inversión que les permita alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Los “incentivos” son más de lo mismo: asegurar el retorno de su capital a Wall Street. Pero el mismo funcionamiento de este tipo de inversionistas impide el mecanismo mágico del Banco Mundial: son inversiones caras, de corto plazo y volubles a las condiciones internacionales, lo cual agudizará aún más la situación de los países pobres. Este tipo de iniciativas están retomándolas también otros bancos de desarrollo, la Casa Blanca y los países del G7. Muchos “comentócratas” dicen que lo que conviene a México es seguir tras la estela de Washington, ligándonos productiva y financieramente al Norte; pero esto sólo traerá más empobrecimiento a los trabajadores de México y del mundo para el enriquecimiento de una pequeñísima oligarquía mundial.