Este libro es una selección de novelas cortas del autor inglés (Londres 1903-1966), en los que escribe sobre las costumbres de las familias clasemedieras, burguesas y “monárquico-feudales” de la Gran Bretaña de los años 20 a los 40 del Siglo XX, precisamente entre las guerras mundiales: de 1914-1918 y 1939-1945, cuando el imperialismo inglés declinaba y el estadounidense surgía. Pero su objetivo no es encomiar, sino denunciar los hábitos sociales de aquellos estamentos, pues se burla de la supuesta “superioridad” cultural de los colonialistas británicos sobre los habitantes nativos de las grandes ciudades de Egipto, Turquía, Kenia, Abisinia, Sudán, India y China.
Las historias de Vaugh, muy celebradas en Europa por su maestría en la escritura de narraciones cortas; como escenarios de sus relatos describe viajes en ferrocarril y en barco sobre los mares Norte, Mediterráneo, Rojo e Índico y los canales de La Mancha y Suez; o a bordo de automóviles de lujo mientras sus personajes se hallan en Londres, París, Nueva York, Venecia y Sidney. También reseña enamoramientos súbitos, matrimonios por conveniencia, pérdidas de fortuna, adulterios, divorcios, bailes de disfraces, fiestas palaciegas, cacerías de zorros con apoyo de perros y juegos de jineteo a caballo, tenis y cartas.
El relato que da nombre al compendio se desarrolla en una isla ficticia de la costa este de África, figurada con los rasgos de Abisinia y Zanzíbar (que se asimilan en Azania); Prunella Brooks es la protagonista, hija de un granjero inglés; su belleza y simpatía cautiva a los herederos de la colonia británica de Azania, en un ambiente social donde se expresan las reglas de “etiqueta” de la metrópoli, como lo muestran estas líneas:
“Hasta entonces había ciertamente numerosos entretenimientos hípicos, torneos de tenis, bailes, cenas, visitas, chismorreos, ópera amateur, y bazares eclesiales, pero habían sido actos insípidos y obligados. Sabían lo que se esperaba de los ingleses en el extranjero; tenían que guardar las apariencias ante los indígenas y los franceses; debían tener algo qué contar en sus cartas a casa; por tanto, cumplían resueltamente los esparcimientos periódicos y propios del puesto colonial. Pero la llegada de Brunella confirió una nueva claridad al aire, había más fiestas y bailes y un incentivo en todo. El señor Brooks, que nunca antes había cenado fuera, se vio pronto convertido en un personaje popular, y como la exclusión anterior no le había inquietado, atribuyó el estar en boga al encanto de su hija. Esta novedad le agradaba e incomodaba un tanto. Comprendía que ella no tardaría en querer casarse y afrontaba con ecuanimidad la perspectiva inevitable del retorno a la soledad”.