Suenan los tambores de la guerra nuclear en el planeta, pues ante la decisión del gobierno de Estados Unidos (EE. UU.) de permitirle a Ucrania utilizar misiles balísticos de largo alcance para bombardear territorio ruso, el presidente de la Federación rusa, Vladimir Putin, decidió actualizar sus protocolos para una eventual guerra nuclear. Putin ha señalado puntualmente que sólo el ejército gringo puede manejar los misiles estadounidenses de largo alcance; y los organismos de inteligencia militar yanqui se manejan con tecnología satelital, incluso las coordenadas con que se mueven en el espacio). Así pues, no hay duda alguna, es la clase capitalista gringa la agrede a Rusia e instrumenta un plan para que, dentro de dos meses, cuando asuma la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump encuentre una situación tan complicada que le impida alcanzar un acuerdo de paz entre Rusia y Ucrania. Vale pues, en estos momentos, recordar que en EE. UU. ha existido una corriente intelectual y artística que se ha opuesto a los designios de los halcones de la guerra yanquis.

Dalton Trumbo fue un destacado escritor y cineasta que se opuso a que la clase capitalista mandara a la guerra a los hombres y mujeres de su país y a que la super potencia capitalista sembrara la muerte y la destrucción por todo el planeta.

De 1938 a 1975 operó en EE. UU. el Comité de Actividades Antiestadounidenses (House Committee on Un-American Activities, HUAC) nombrado por la Cámara de Representantes y cuya finalidad original era investigar a ciudadanos de ascendencia alemana o proclives a colaborar con los nazis, que en aquellos años estaban preparando y luego ejecutarían la invasión a gran parte de Europa (y que buscaban, sobre todo, aniquilar a la URSS). Originalmente, el objetivo de dicho comité era espiar, vigilar y, en su momento, detener o eliminar a individuos que apoyaran la causa de Hitler. Sin embargo, ese comité enfocó pronto sus baterías contra los ciudadanos de ideología comunista o que simpatizasen con la URSS. La industria del cine no fue la excepción en cuanto a esas investigaciones: el novelista, guionista y director de cine Dalton Trumbo (considerado uno de los mejores guionistas de cine de la década de los años 50 y 60 del Siglo XX en Estados Unidos), fue interrogado en 1947 por la HUAC. Eran los años del macartismo, época en que ocurrió la persecución política a intelectuales, artistas y cualquier ciudadano que, por su forma de pensar o su accionar político, el gobierno de EE. UU. llegara a considerar elementos subversivos, antipatriotas y enemigos, dentro de los que estaban, en primer lugar, los comunistas. Durante décadas, Trumbo fue un perseguido político, dado su activismo; en los años 50, antes de exiliarse en México, pasó 11 meses en la cárcel. A pesar de su posición ideológica y de este activismo, ganó el premio Oscar como guionista por cintas como: Vacaciones en Roma (1953), de William Wyler; y El Bravo (1958), de Irving Rapper. Su trabajo más famoso como guionista es Espartaco (1960), de Stanley Kubrick.

La cinta que lo consagró como director es Johnny tomó su fusil, realizada en 1971. Este filme es profundamente antibélico y contrario al sistema.

En la historia, Johnny (Thimothy Bottoms) es enviado a combatir en la Primera Guerra Mundial. Estando en combate, una bomba cae cerca de él; a consecuencia de la explosión queda ciego, sordo, pierde el sentido del gusto, sufre serios daños en el cerebro y la cara y le son amputadas las piernas y los brazos. Johnny se convierte en un ser casi totalmente aislado del mundo exterior al que sólo le queda su pensamiento. Él percibe, a través del tacto y ciertas sensaciones, si tiene compañía o si lo van a sedar para “tranquilizarlo”. Pero la narración fílmica (considerada una de las más crudas del cine de todos los tiempos) a través de la voz de la conciencia de Johnny, nos va mostrando que este ser, el más infortunado de la Tierra, sigue teniendo bellos recuerdos de su novia, el amor de su vida; y no olvida los momentos más agradables que vivió con su familia y en contacto con la naturaleza. Sin embargo, los médicos militares lo tratan como un ser en estado vegetativo al que, simplemente, se debe mantener con vida.