Lenin veía al capital financiero como el principal signo de su tiempo. Para él, el capitalismo había llegado a un grado de maduración, de desarrollo, en el que ya había comenzado a negar la fase de la competencia, dando un salto cualitativo con respecto a la fase de desarrollo que había experimentado el capitalismo durante el Siglo XIX. Durante los más de cien años que han transcurrido desde la publicación de Imperialismo, fase superior del capitalismo, el capital financiero no sólo ha mantenido su predominio sobre el mundo, sino que ha profundizado su penetración en los territorios que ya dominaba y ha llegado a lugares que antes estaban fuera de su control. El capitalismo encontró maneras de prolongar su fase imperialista hasta la actualidad.
Para ello, primero, conformó un frente burgués único que combatiera al primer Estado socialista de la historia, la Unión Soviética, y relegó a segundo plano la pugna entre las burguesías nacionales (causa de la Primera Guerra Mundial); después, la burguesía de Estados Unidos (EE. UU.) se coronó como la burguesía más poderosa del mundo y, con la Segunda Guerra Mundial, logró subordinar al resto de las burguesías avanzadas: más tarde, tras la disolución del bloque socialista, la burguesía mundial, encabezada por la estadounidense, comenzó a explotar los recursos y mercados que hasta 1991 le habían estado vedados.
Desde los tiempos de Lenin hasta ahora, la fracción de clase dominante en el capitalismo mundial es la burguesía financiera. La concentración y centralización del capital, que permanentemente ocurren bajo el capitalismo, han generado grandes fortunas que se agrupan en bancos como Wells Fargo, Bank of America, JP Morgan, HSBC y Morgan Stanley, en fondos de inversión como BlackRock, Vanguard, State Street y Fidelity, y en empresas de capital de riesgo como Blackstone, KKR, EQT, CVC y TPG, entre otras. De acuerdo con Forbes, la gran mayoría de estas empresas financieras tienen su sede en EE. UU., el resto en Europa.
Un ejemplo del tamaño que han alcanzado estas fortunas es el caso de BlackRock. La compañía maneja una riqueza que asciende a 10 mil millones de dólares; si la comparamos con el PIB de los países del mundo, sólo EE. UU. y China tienen una riqueza superior. En su página oficial de Internet, este fondo tiene inversiones en más de cien países de todo el mundo y en los sectores más diversos: energía tradicional, energía sustentable, automotriz, armas, aeronáutica, electrónicos, alimentos, ropa, comunicación, infraestructura, banca, entre otros . EE. UU. es el centro del capitalismo mundial y Wall Street es su corazón.
Con su enorme poder, la burguesía financiera es la fracción de clase que dirige a la burguesía de EE. UU., de Europa y a la de casi todo el mundo. Después de la Guerra Fría, con la globalización y el neoliberalismo, la burguesía financiera logró ampliarse a todo el mundo. Aquellos países cuyas élites se resistieron a subordinarse a la dominación del capital financiero estadounidense fueron sometidos a sanciones económicas y a presiones diplomáticas, buscando un cambio de régimen. Ése fue el caso de Irán, Libia, Yugoslavia, Irak, Siria, Afganistán, China, Corea del Norte, Cuba, Venezuela y Nicaragua. Algunos países no fueron atacados directamente, sino a través de golpes de Estado disfrazados de revoluciones, las llamadas “revoluciones de colores”. El caso más emblemático es el de Ucrania, en 2014. Entre 1991 y 2022, ningún país fue capaz de oponerse exitosamente a la dominación del capital financiero estadounidense, pues rechazarlo significaba enfrentar una presión muy difícil de soportar. Sin embargo, la emergencia cada vez más acelerada de un mundo multipolar comandado por Rusia y China está cambiando la correlación de fuerzas.