La humanidad empezó siendo trashumante impelida por la búsqueda de su sobrevivencia, la migración es un fenómeno propio del desarrollo de las sociedades. La colonización, en su acepción clásica, permitió que mediante la migración se poblara el mundo y se mejoraran las condiciones de vida de la humanidad entera. Las conquistas y la colonización imperialista que siguieron, como la que sufrieron los pueblos mesoamericanos o africanos en sus territorios, atrajeron a cientos de miles de migrantes del mundo occidental. Y así, el desarrollo social que dio lugar a la propiedad privada sobre los territorios, a las naciones y al Estado, urgió la necesidad de sancionar cualquier violación al sacrosanto derecho a la propiedad, al derecho de otros sobre el suelo y el territorio.

El siete de mayo de 2024, la Organización Internacional para la Migración (OIM) hizo público el Reporte sobre la Migración en el Mundo 2024; el documento se limita a definir como “migrante” a la persona que vive en un país distinto al de su nacimiento, para luego clasificar la migración en regular e irregular o “ilegal”, la que ocurre sin la anuencia del Estado del país receptor.

Según las estimaciones presentadas en el documento citado, en el mundo hay cerca de 280 millones de migrantes –3.6 por ciento de la población mundial–. En los últimos 20 años, la población migrante aumentó a una tasa de 2 por ciento anual, superior a la de la población mundial –1.2 por ciento–. El documento destaca que, entre los corredores de migración bilaterales del mundo, el México– EE. UU. es el más grande, con 11 millones de personas; seguido por el de Siria-Turquía, con apena 3.8 millones.

La condena a la población migrante es uno de los mantras de las derechas políticas. Este discurso ha promovido la promulgación de leyes que criminalizan la migración. Por ejemplo, en la Unión Europea, en abril de 2024, se aprobó el “pacto de migración y asilo”, que implica la posibilidad de expulsar a los inmigrantes que solicitan asilo del territorio europeo casi automáticamente. En esas mismas fechas, el Reino Unido aprobó una ley para expulsar a los solicitantes de asilo hasta Ruanda, como “país seguro”. Incluso países como Chile y Perú, en marzo y abril de 2023, hicieron un despliegue de fuerzas armadas en sus fronteras para contener las oleadas de migraciones “irregulares”. México no es la excepción, la política migratoria en nuestro país ha estado supeditada –de manera formal o informal– a las necesidades del gobierno estadounidense. Durante algunos años, cientos de miles de solicitantes de asilo de EE. UU. han sido enviados a México, detrás de la frontera estadounidense, con la colaboración franca de nuestro gobierno en turno; basta recordar la inhumana política conocida como Título 42 de inmigración.

Pero hay que detenernos en las razones que esgrimen los migrantes para emprender su viaje; el citado reporte indica que tres de cada cinco migrantes lo hacen para encontrar trabajo (170 millones de personas) y cuatro de cada diez (117 millones), buscando refugio, es decir, son personas desplazadas por la fuerza, expulsadas de sus países de nacimiento por la violencia.

Ambas causas son fruto del desarrollo económico del capitalismo global, pues la concentración de la riqueza ocurre también en términos espaciales y reproduce la pobreza de unas regiones mediante diversos mecanismos; unos económicos como el pago de intereses de la deuda, repatriación de beneficios de las inversiones, competencia desleal en los mercados mundiales que destruye industrias y países, etc.; u otros, extraeconómicos, como la guerra, la inestabilidad política promovida desde afuera, etc.  A fin de cuentas, mecanismos que concentran las riquezas del mundo en unas cuantas potencias y dejan a los países pobres y expoliados sin medios para conquistar su desarrollo. Por otro lado, las regiones más ricas exigen gente. La tasa mundial de natalidad ha ido cayendo desde los años sesenta del Siglo XX; pero más marcadamente en los países ricos del mundo. En contraste, en el Sur global, la población creció a una tasa mayor, por lo que su peso relativo aumentó: a principios de siglo, seis de cada 10 seres humanos habitaban en el Sur global; hoy lo hacen ocho de cada 10. 

La migración actual es una respuesta fundamental a las necesidades del desarrollo de los capitales de los países ricos. Los discursos de odio en contra de los migrantes, repetidos por los medios de comunicación masiva, remarcan los efectos negativos del fenómeno mientras esconden por debajo de la alfombra los beneficios que les acarrea y están llenos de hipocresía.