La mariposa es tal vez el insecto que más ha dejado su huella en la poesía. Su espectacular metamorfosis, de la que surge irreconocible; la fragilidad de su vuelo, su efímera belleza y mortal atracción por el fuego fascinaron desde la antigüedad a los grandes pensadores.
Psyché, que en griego significa mariposa y pronto pasaría a significar aliento, soplo, “alma”; la propia letra griega Ψ (psi) es el ideograma de una mujer con alas (de mariposa) y alude al mito de que, al morir, el espíritu humano se transmuta en mariposa para alejarse del plano material. Y siendo un símbolo tan poderoso para tantos pueblos y culturas antiguas, ya se entiende por qué, en la poesía, la mariposa es un tópico infaltable en la obra de los grandes poetas; un tópico tan importante como la rosa y la manzana.
Mariposas, titula el poeta mexicano Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895) su tributo al poderoso símbolo. Considerado el padre del modernismo mexicano, su admiración por la cultura francesa, los poetas parnasianos y simbolistas no podían sino manifestarse en tal elección. Aletean desde la primera estrofa las mariposas del Duque Job; la sensación de alado movimiento primaveral llena todo el ambiente… hasta que el vuelo se interrumpe, pues llega la sombra.
Ora blancas cual copos de nieve,
ora negras, azules o rojas,
en miríadas esmaltan el aire
y en los pétalos frescos retozan.
Leves saltan del cáliz abierto
como prófugas almas de rosas,
y con gracia gentil se columpian
en sus verdes hamacas de hojas.
Una chispa de luz les da vida
y una gota al caer las ahoga,
aparecen al claro del día
y ya muertas las halla la sombra.
Al final de la primera estrofa se plantea ya la fugacidad de su vida, tema que en la segunda y tercera se desarrolla: las mariposas son coquetas, volubles, inaprehensibles. Una segunda metamorfosis han comenzado a sufrir las mariposas de Crisantema (otro de los seudónimos del poeta): no se trata de simples mariposas, sino de la personificación de almas femeninas, a quienes el poeta interroga acerca de sus aficiones, escondites… para después recordarles que la muerte acecha muy de cerca.
¿Quién conoce sus nidos ocultos?
¿En qué sitio de noche reposan?
Las coquetas no tienen morada...
Las volubles no tienen alcoba...
Nacen, aman, y brillan y mueren
en el aire, al morir se transforman,
y se van, sin dejarnos su huella,
cual de tenue llovizna las gotas.
Tal vez unas en flores se truecan
y llamadas al cielo las otras,
con millones de alitas compactas
el arcoiris espléndido forman.
Vagabundas ¿en dónde está el nido?
Sultanita ¿qué harén te aprisiona?
¿A qué amante prefieres, coqueta?
¿En qué tumba dormís, mariposas?
De la personificación de cualidades humanas en la forma de alados insectos, el poeta pasa a compararlas con los mundos deseables y, nuevamente, el verso final de cada estrofa nos recuerda la muerte inevitable.
¡Así vuelan y pasan y expiran
las quimeras de amor y de gloria,
esas alas brillantes del alma,
ora blancas, azules o rojas!
¿Quién conoce en qué sitio os perdisteis,
ilusiones que sois mariposas?
¡Cuán ligero voló vuestro enjambre
al caer en el alma la sombra!
Tres estrofas de bellísima factura rematan esta obra maestra de la poesía modernista mexicana. La primera juega con el simbolismo del color blanco, nupcial, místico, luminoso; en la segunda, en estallido multicolor, hace revolotear mariposas rojas, azules y doradas que simbolizan amor, poesía y gloria, para enlutarnos de golpe, nuevamente: ¡Ha caído la tarde en el alma!/¡Es de noche... ya no hay mariposas!
Todo ha preparado al lector –y nunca será suficiente– para el gran final: la espeluznante ronda fúnebre de negras mariposas volando en torno del poeta, fallecido precozmente –contaba apenas 35 años–, en la cima de su producción lírica.
Tú, la blanca, ¿por qué ya no vienes?
¿No eras fresco azahar de mi novia?
Te formé con un grumo del cirio
que de niño llevé a la parroquia;
eres casta, creyente, sencilla
y al posarte temblando en mi boca
murmurabas, heraldo de goces,
¡ya está cerca tu noche de bodas!
Ya no viene la blanca, la buena.
Ya no viene tampoco la roja,
la que en sangre teñí, beso vivo,
al morder unos labios de rosa.
Ni la azul que me dijo: ¡Poeta!
Ni la de oro, promesa de gloria.
¡Ha caído la tarde en el alma!
¡Es de noche... ya no hay mariposas!
Encended ese cirio amarillo...
Ya vendrán en tumulto las otras,
las que tienen las alas muy negras
y se acercan en fúnebre ronda.
Compañeras, la pieza está sola;
si por mi alma os habéis enlutado
¡venid pronto, venid, mariposas!