En esta novela, el autor de La guerra de los mundos, La máquina del tiempo y El hombre invisible se aleja de la ciencia-ficción y recurre a una figura mítico-religiosa para recordar al hombre moderno que la igualdad socioeconómica, el pensamiento objetivo o científico y el sentimiento de hermandad (incluido el amor físico) deben prevalecer en su realidad cotidiana. El personaje central de La visita maravillosa (1895) es una deidad menor de la mitología judío-cristiana, un Ángel, que se aproxima demasiado a la superficie de la Tierra, cae y debe refugiarse en los pantanos del parque de la villa Siddermorton, Inglaterra.
En su vuelo caótico es entrevisto por cuatro habitantes de esta población, quienes suponen que es un ave muy grande, pues tiene el tamaño de un hombre y alas de casi un metro de largo. El único de los testigos que se ocupa en buscarlo es el vicario Hilyer, aficionado a la ornitología, la cacería y la disección de aves. De inmediato se traslada al parque y cuando lo ve posado sobre un árbol le dispara y al acercarse se lleva la mayor sorpresa de su vida, porque la víctima no es un gran pájaro, sino un ángel celestial, al que hirió en una de sus alas.
Lo rescata, le inmoviliza ala y hombro, lo lleva a su casa y se da cuenta de que se trata de un joven de 19 o 20 años, rubio, de bello rostro, viste túnica de lino anaranjada y recamada de púrpura, sus piernas y pies están desnudos y, efectivamente, es una entidad divina. Pero el doctor Crump, quien lo atiende de la fractura provocada por un perdigón, en lugar de alas ve una duplicación de brazos, deformidad innata en algunas personas y animales. A partir de este hecho, el ángel, a quien Hilyer viste con su ropa, empieza a relacionarse con otros humanos, entre ellos Delia, la criada del vicario.
El ángel conoce también al cura Mendham y su esposa, quienes lo ven como una hermafrodita con joroba (sus alas dobladas) y amasia del vicario; la alcaldesa Hinnijer; lady Hammergallow, dueña de la hacienda más grande de Siddermorton, y sir John Gotch al que el ángel, de paseo por las calles, derriba el cerco de alambre de púas que delimita su finca con el camino de acceso a la villa, acción por la que exige al vicario que lo expulse del pueblo y que, de no hacerlo, lo enviará a la cárcel o a un manicomio porque es enemigo de la propiedad privada y “difusor del socialismo”.
Otra de sus peripecias adversas es el acoso y las burlas por su joroba que le hacen unos niños que salen de la escuela, incidente que lo induce a recordar que en sólo una semana había conocido la sangre, el hambre, el dolor, el frío, el calor, la desnudez, la iniquidad, la discriminación, el desdén, el odio y los recelos, actitudes que definen el “extraño celo con que ustedes procuran infligir el dolor” y que habían germinado en él un “nuevo espíritu de rebelión”.