La diversidad de la vida que nos rodea es el resultado de milenios de evolución impulsada por la mutación natural y la recombinación genética. Estos procesos, motores fundamentales de la evolución, han transformado lo que una vez fue sólo fango en los mares primigenios de la exuberante biodiversidad que caracteriza hoy a nuestro planeta.
Desde los albores de la civilización, la humanidad ha acelerado este proceso natural mediante la selección cuidadosa de plantas y animales. Cientos de generaciones han modelado cultivos y ganado para mejorar rendimientos, resistencia y calidad. Es interesante notar que los cultivos domesticados, a pesar de los beneficios adquiridos por su selección continua, poseen una menor diversidad genética en comparación con sus ancestros silvestres. Esta paradoja plantea un reto para la agricultura moderna: ¿cómo podemos asegurar la suficiente variabilidad genética para enfrentar los desafíos emergentes?
La respuesta a este desafío radica en la innovación continua en el manejo de cultivos y los trabajos de recombinación genética. Las especies modernas, incluyendo las transgénicas, sólo pueden expresar todo su potencial si se aplican prácticas agrícolas avanzadas y adaptativas. Ajustar las fechas, tasas de siembra, manejar la fertilización, el agua, el control de plagas y malezas son prácticas cruciales. Este enfoque no sólo maximiza los rendimientos, sino que promueve la sostenibilidad agrícola a largo plazo.
Por otro lado, el desarrollo de técnicas de recombinación del ADN ha revolucionado aún más la agricultura, permitiendo a los investigadores seleccionar genes individuales y transferirlos entre organismos, lo que le da al producto final características que de manera natural no habría adquirido. Estas tecnologías han acelerado enormemente el proceso de mejora genética. Lo que antes requería generaciones de crianza convencional para eliminar genes no deseados y resaltar los esperados ahora se puede lograr de manera mucho más eficiente. Además, el acceso a genes beneficiosos de especies no relacionadas ha ampliado la riqueza genética disponible y utilizable para mejorar cultivos en respuesta a desafíos específicos como el cambio climático o nuevas enfermedades.
Esto ha dado origen a los transgénicos u Organismos Genéticamente Modificados (OGM), individuos a quienes se les ha insertado un gen proveniente de otra especie con el fin de transferir una característica. El ejemplo más famoso es el del jitomate: la gran mayoría de los jitomates en el mercado han sido alterados con genes provenientes del pescado. El objetivo en este caso es la generación de variedades resistentes a las heladas, lo cual se ha logrado extrayendo del pescado un gen anticongelante e insertándolo en el genoma del jitomate.
Muy importante para la agricultura también es el caso de los cisgénicos, OGM que han recibido genes de una especie emparentada. Tal es el caso de los cultivos de papa modificados con genes de papa cimarrona o papa silvestre (Solanum bulbcastanum) con el objetivo de desarrollar variedades resistentes al tizón tardío (Phytophora infestans), un hongo que genera resistencia a los fungicidas.
En la industria forestal, la modificación genética ha permitido resolver grandes problemas. La elaboración de papel, por ejemplo, es un asunto complejo por la constitución orgánica de los árboles utilizados como materia prima. Las células vegetales están formadas principalmente por celulosa y lignina, pero para hacer papel sólo es necesaria la celulosa, y para eliminar la lignina se agregan grandes cantidades de agua y químicos. La solución consiste en eliminar los genes que la codifican para crear la proteína lignina. Y los científicos lo están logrando. Modificaciones en el álamo han desarrollado árboles con 40 por ciento menos lignina y 228 por ciento más celulosa, lo que disminuye el uso de sustancias químicas durante el proceso de fabricación del papel.
Es importante abordar también las preocupaciones sobre los OGM. La alteración genética conduce a la creación proteínas nuevas en el organismo receptor y estas proteínas, al ser ingeridas, conllevan riesgos potenciales tales como alergias o toxicidad en el consumidor. Además los OGM, al ser liberados en el ambiente, pueden reproducirse con las especies nativas, generando híbridos cuyas características e impactos en el medio ambiente no siempre son estudiados a fondo. La evaluación de riesgos y el monitoreo continuo son fundamentales para mitigar cualquier posible impacto negativo.
En resumen, la combinación de evolución natural, selección agrícola y tecnología genética está definiendo el futuro de la agricultura. A medida que enfrentamos desafíos globales cada vez más complejos, desde el cambio climático hasta la seguridad alimentaria, la innovación en biotecnología agrícola seguirá desempeñando un papel crucial. Sólo a través de un enfoque integrado y responsable podemos aprovechar todo el potencial de las variedades modernas y asegurar un suministro alimentario sostenible para las generaciones futuras. Sin embargo, en un orden social de competencia, la ciencia en manos de intereses particulares se tuerce irremediablemente; por eso la gente sensata debe luchar por colocarla al servicio de una mayoría consciente y comprometida con la humanidad.