En un país donde las supersticiones y las creencias religiosas tienen mucho arraigo, hay escaso contacto con el pensamiento profundo, crítico y científico, porque es muy fácil asumir lo que se trasmite generacionalmente como verdad absoluta. Se ha engañado a la gente sencilla con la repetición de que el reino de los cielos pertenece a los pobres: “su pobreza se debe a que son perezosos y despilfarradores”, es mejor ser pobres que ricos; deben conformarse con lo que tienen; los ricos no son felices y lo que éstos tienen se debe a que son muy trabajadores y esforzados. Esta retahíla de frases bobas, introducidas hasta en los huesos, es destinada a muchos individuos, especialmente a los jóvenes, para que defiendan e imiten un “nuevo vocabulario” al modo de tik tokers, influencers, cantantes de rap y narcocorridos y a los grandes magnates, quienes se asumen como los héroes en “la actual transformación del mundo”.
Una porción mayoritaria de la población añora la fortuna que nunca ha tenido; muchos jóvenes creen que pueden enriquecerse fácilmente, porque así lo dicta la narco-cultura burguesa o porque así le ocurrió a tal o cual vecino. En su poema Los nadie, Eduardo Galeano satirizó a quienes esperan que un día les “llegue la buena suerte”; pero ésta nomás no llega, y es cuando las empresas se aprovechan para “enganchar” a las personas con sus “novedosos negocios, inducen a sus vendedores a creer que también son socios y con ello, además de explotarlos laboralmente, no les pagan ningún salario. Con base en la mercadotecnia engañan a miles de personas al infundirles que, con la compra de sus “productos milagro”, se convertirían en socios, cuando realmente sólo son sus clientes.
Hoy, este tipo de negocios prolifera; su mayor éxito se ubica entre los jóvenes de las colonias populares urbanas y comunidades rurales, debido a que el mercado laboral está muy deprimido y los salarios de los pocos empleos existentes resultan demasiado bajos. Además, estas empresas organizan conferencias motivacionales o rifas de viajes y automóviles para embelesar a sus agentes y animarlos para que sigan vendiendo sus “milagrosas” mercancías. Para un joven campesino que nunca ha salido de su rancho, estas ofertas resultan deslumbrantes y de inmediato suben a las redes sociales selfies en restaurantes y hoteles donde lucen como “hombres de éxito”. Sin embargo, el gusto les dura muy poco; más temprano que tarde notan que todo fue una cruel mentira, pues nunca fueron socios, ni siquiera trabajadores; solamente fueron clientes que compraron mercancías para revender; que no salieron de pobres; que perdieron sus ahorros y los de sus familias y desperdiciaron años enteros de su juventud por vender productos chatarra.
La educación es la única forma con la que los ciudadanos pueden comprender el rol que desempeñan en la sociedad y mejorar su calidad de vida. Pero actualmente esto no es sencillo; abundan escollos que los distraen de ambos objetivos vitales; por eso es urgente la presencia de educadores científicos que, con precisión de cirujano, separen la realidad de la fantasía con un bisturí.