El Artículo 31 de la Convención de la Organización de las Naciones Unidas sobre los derechos de las personas con discapacidad (2006) establece que los adultos y niños con discapacidad deben tener un acceso a actividades de ocio, recreación y deporte, tanto en entornos inclusivos como específicos.

La Unión Europea se refiere a la inclusión social como un proceso que asegure que personas en riesgo de pobreza y exclusión social aumenten las oportunidades y los recursos necesarios para participar activamente en la vida económica, social y cultural, y gocen de unas condiciones de vida y bienestar que se consideran normales en la sociedad en la que viven. De esta manera, la actividad física inclusiva sería la filosofía y práctica que asegura que todos los individuos, independientemente de su edad y habilidad, tienen iguales oportunidades de práctica en actividad física (Kasser, y Little, 2005). 

Extrayendo el movimiento inclusivo al ámbito del deporte, partiremos de una concepción de Deporte Adaptado. El deporte adaptado es una rama del deporte que se adapta a las necesidades y habilidades específicas de personas con capacidades diferentes. Su objetivo principal es proporcionar oportunidades inclusivas, permitiendo a individuos con diferentes capacidades disfrutar de los beneficios físicos, emocionales y sociales del deporte. 

El deporte adaptado crea espacios donde, además de hacer ejercicio físico y mejorar la salud, se busca constantemente la inclusión. Este enfoque va mucho más allá de simplemente ajustar las reglas; implica la creación de entornos y equipos que puedan acomodar y celebrar la diversidad.

Como un avance más hacia la inclusión en diferentes esferas sociales, numerosas Federaciones Deportivas Internacionales han dado instrucciones a sus respectivas Federaciones Nacionales para que acojan la modalidad de deporte adaptado dentro de sus estructuras organizativas y de práctica deportiva. Este proceso ha permitido responder a uno de los objetivos reivindicados por las personas con discapacidad: la integración e inclusión en la sociedad y en todas sus estructuras y ámbitos sociales. Y con la integración en las federaciones deportivas se lograría una mayor especialización de los servicios ofrecidos a los deportistas con discapacidad y a sus técnicos para la práctica de su deporte. Además, la integración produciría beneficios al incrementarse el número de practicantes de actividad física y deportiva entre las personas con discapacidad. 

Si tomamos como referencia los deportes incluidos en los programas de verano e invierno de los Juegos Paralímpicos, estamos en un punto de inflexión; más de la mitad de los deportes desarrollan su actividad al amparo de una federación deportiva específica, ya sea de un deporte ordinario con su sección de deporte adaptado o paralímpico.

Pero el deporte paralímpico, tal y como lo conocemos en nuestros días, es entendido como élite, inspiración y excitación, donde el deportista puede desarrollar un empoderamiento personal que tenga impacto en su salud, bienestar y autoestima. Cualquier deporte surge de un contexto social o histórico concreto, pero el deporte paralímpico lo hizo en un contexto médico, complementario a la rehabilitación física, social y psicológica, concretamente de personas con paraplejias (Gutmann, 1976; Sanz y Reina, 2012).

Pero esto ha tenido algunas repercusiones en los deportistas paralímpicos, dada la forma en la que se clasifican los deportistas, Howe (2008) hace una clasificación acerca del desarrollo histórico del deporte paralímpico en tres fases: a) una primera fase en ese contexto de rehabilitación, b) un movimiento que proporciona oportunidades de participación a todas aquellas personas con discapacidad física para competir con otros iguales; y c) la situación actual de deporte de élite, considerado un espectáculo y sujeto a los intereses comerciales del deporte contemporáneo. Así, en la última década hemos asistido a un proceso de colaboración entre los comités internacionales olímpicos y paralímpicos, con la desventaja para estos últimos de que en ocasiones los procesos de toma de decisiones recaen en representantes alejados de la realidad de las personas con diversidad funcional.

Paradójicamente, esta situación se contrapone con lo que se dijo en un inicio, donde la persona con diversidad funcional debe ser una parte activa del programa en el que participa, por eso, de una forma simple y concreta, el Plan Integral para la Actividad Física y el Deporte, en su apartado de Personas con Discapacidad (Ríos et al, 2009), plantea dos tipos de práctica deportiva: a) práctica del deporte y de la actividad física en grupo inclusivo, referida a la persona con discapacidad que comparte todas las actividades físico deportivas con personas sin discapacidad; y b) práctica de deporte y actividad física en grupo específico, referida a la práctica de personas con discapacidad, realizando un trabajo conjunto, al margen del ordinario.