Acerca de la jornada electoral del dos de junio y el triunfo apabullante del partido en el poder hablan el Reporte Especial y varios colaboradores de buzos que abordan los más importantes aspectos de tan interesante acontecimiento.
Transcurrida una semana, los morenistas aún se relamen los bigotes después de saborear la victoria sobre los partidos opositores; no es para menos, no sólo retuvieron la Presidencia de la República en sus manos, sino arrasaron con todos los cargos públicos en disputa: gubernaturas (entre ellas el gobierno de la Ciudad de México), senadurías, diputaciones, ayuntamientos, alcaldías y regidurías… lo que los cronistas de las elecciones presidenciales han llamado el “carro completo”.
Los Poderes Ejecutivo y Legislativo en manos de un solo partido y bajo el mando de un mismo jefe es lo que tendremos los mexicanos durante el sexenio que comenzará en octubre de este año.
El partido oficial también gozará de la ansiada “mayoría calificada” en el Congreso de La Unión y podrá sacar adelante sus propuestas, todas, sin importar lo ocurrentes o descabelladas que fueren, entre ellas la de elegir “democráticamente” a los integrantes de los más altos órganos del Poder Judicial, haciendo a un lado todo el fundamento legal que justifica el procedimiento actual para designarlos y que compete, en gran medida, a las facultades del Poder Legislativo y no al Ejecutivo.
Lo más preocupante es que ahora será mucho más fácil para la Presidenta lograr la aprobación de las propuestas de modificación a la Constitución General de los Estados Unidos Mexicanos, haciendo uso de su ventaja partidaria en el seno del Poder Legislativo. Esto, dicen algunos, es el mayor peligro para nuestra Carta Magna.
En México, no es extraño ni sorprendente que el partido en el poder salga airoso en la forma en que lo hizo Morena el dos de junio; muchos mexicanos recuerdan todavía los carros completos, repletos de cargos públicos como cosecha del Partido Revolucionario Institucional; el Presidente en turno sabía utilizar el poder para que su partido saliera vencedor.
El dos de junio ocurrió exactamente lo mismo y fue resultado de iguales procedimientos, estrategias y actos propagandísticos que en el pasado hicieron los antecesores de AMLO: el uso de programas sociales para realizar un proselitismo permanente, transferencias monetarias, empleo de recursos públicos para promover a sus candidatos, contratación de miles de promotores del voto, a quienes esta vez se bautizó como Servidores de la Nación, así como una ininterrumpida campaña electoral desde la máxima tribuna del país repetida hasta el cansancio por los medios de comunicación y las redes sociales: una lección bien aprendida: aunque el Presidente repitiera muchas veces “no somos iguales”, el triunfo del dos de junio demuestra que en algunas cosas son idénticos.