Los 34 grecorromanos de Tomis-Constanza
La presencia del Cota moderno en Tomis causa mucho menos extrañeza que la provocada por Ovidio dos mil años antes, toda vez que en los años 20 del Siglo XX se había convertido en Constanza, Rumania; ésta no operaba ya como el puerto comercial más grande del mar Negro (lo habían desplazado Odesa y Sebastopol) y sus habitantes actuaban en un ámbito cultural en el que los principales medios de comunicación masiva eran la radio, el telégrafo, el cinematógrafo y los diarios impresos.
Pero en el puerto se conservan los nombres grecorromanos de los 34 personajes secundarios de la novela, todos asociados a figuras míticas e históricas de esa región del Oriente Medio. Entre los más citados se hallan el de Tereo, matarife del pueblo; Filomela, su cuñada; Fama, tendera y madre de Bato, niño epiléptico; Licaón, cordelero y casero del Cota moderno; Eco, migrante griega e informante de éste; Aracné, tejedora sordomuda en cuyos tapices se cuentan algunas historias de las Metamorfosis;
Fineo, aguardentero; Marcias, el carbonero loco; Thies, un soldado alemán desertor de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) que en Tomis se dedica a clasificar yerbas medicinales y a elaborar ungüentos; Cicaris, operador de cine callejero que cada medio año visita el pueblo para exhibir películas extranjeras; Jasón, exayudante de éste que después se dedica a explorar el mar Negro como capitán de un barco denominado Argos y a vender mercancías de países del mar Mediterráneo.
Cuando Cota se convence de que las historias de las Metamorfosis que Ovidio escribió en dicho puerto ya no subsisten en textos de papel, se dedica recogerlas de grabados textiles, murales y de la buena memoria de algunas personas, entre las que destaca la joven griega Eco, a cuyo compendio da el título de Libro de las piedras, ya que sabía que cuando Ovidio cayó de la gracia del emperador en la filigrana acuática de los guijarros de una fuente de la Piazza del Moro, Roma, percibió la transitoriedad de todo lo que existe en el mundo.
Christoph Ransmayr describe así un atardecer en Tomis–Constanza: “El Sol se puso. Del mar se elevó una penumbra azul y aterciopelada, arrebató los colores de las cosas, empujó a los animales diurnos a cuevas, madrigueras o copas de árboles y atrajo a la fauna nocturna fuera de la protección de sus guaridas; pero los seres que ahora corrían se arrastraban o volaban en las profundas tinieblas se movían con tanto cuidado y sigilo que Cota sólo percibió una apacible quietud a su alrededor”.