Lo que la administración triunfante recibirá en diciembre de manos de la “Cuarta Transformación” (4T) será un México transformado, pero no con la transformación que prometieron AMLO y su gobierno, sino con los problemas que ya existían, sólo que aumentados, una situación más grave que la existente en 2018. En realidad, lo único que entregará el gobierno de AMLO será la primera piedra de la radical “transformación” prometida; su partido lo sabe muy bien, por eso afirma que “continuará” la 4T.

El gobierno electo tendrá la obvia alternativa de seguir la misma política (es decir, agravar más los problemas y crear otros) o virar hacia mejor rumbo, más realista y sin ocurrencias megalomaniacas.

Por lo pronto, los estudiosos de la política, la economía y el desarrollo social ya preparan, para añadirlo a sus investigaciones, el recuento de los buenos o malos resultados de la política de la 4T. Pero un recuento minucioso y objetivo de los buenos resultados (o el recuento de los daños) de la administración saliente no puede basarse en las declaraciones e informes de los altos funcionarios de la 4T o en las cotidianas conferencias matutinas, tan parciales y ajenas a la realidad nacional.

Por fortuna, analistas, investigadores, intelectuales distinguidos y respetables (no los voceros a sueldo del gobierno en turno) dieron a conocer las conclusiones de sus estudios a lo largo del sexenio que se aproxima a su fin. Este análisis cuidadoso de la marcha de la 4T será indudablemente más serio e independiente de los intereses políticos del partido y el gobierno saliente, que hoy pugna por mantenerse al frente de la sociedad mexicana. He aquí algunas de las conclusiones que recoge esta semana el Reporte Especial de buzos:

La pobreza creció como nunca, mucho más que en sexenios anteriores; el número de pobres no disminuyó bajo este gobierno, sino al contrario.

Los mexicanos sin acceso a la salud son más de 50 millones (el 40 por ciento de la población actual); esta mala atención de la salud quedó evidenciada durante la pandemia de Covid-19 con la muerte de más de 800 mil mexicanos, dejando enlutadas a otras tantas familias.

Termina el sexenio con cientos de miles de homicidios; no cesaron los feminicidios y creció el número de personas desaparecidas ante la indiferencia oficial, como pueden atestiguar las madres buscadoras.

Son millones los niños desatendidos porque los programas destinados a la infancia disminuyeron o desaparecieron (sobran pruebas, como la desaparición de las estancias infantiles y las escuelas de tiempo completo).

El apoyo a la producción agropecuaria no existe. Desaparecieron fideicomisos, por ejemplo el fondo para atender desastres naturales. La investigación científica y el deporte también resultaron afectados por la política de austeridad mal entendida.

El combate a la corrupción sólo quedó en el papel y en los discursos mañaneros, porque no se sabe de ningún acto de corrupción sancionado ni de la recuperación de los recursos ni de las investigaciones contra funcionarios acusados; en cambio, personajes públicos ligados a la 4T y acusados de corrupción han permanecido en sus puestos o fueron trasladados a otras dependencias (recordar caso Segalmex).

La violación de las leyes electorales desde los más altos cargos del poder a pesar de las denuncias fue permanente, así como el proselitismo en favor del partido oficial aprovechando recursos públicos y programas sociales.

La inseguridad es una plaga que aumentó durante el sexenio; a ésta contribuyó la prédica moral a los delincuentes, la indiferencia ante las acusaciones contra jefes de cárteles y la estrategia de “abrazos, no balazos”.

En lo que se refiere a la cuestión electoral, tan de actualidad y que llega a un punto culminante esta misma semana, varios de estos aspectos se conjugaron dando como resultado las elecciones más sangrientas de la historia de México.

Si todo esto que la 4T dejará al entregar el mando no es desastroso, entonces no somos capaces de definir lo que es un desastre.