Las guerras, sean éstas de agresión, invasión, guerras civiles, etc., traen aparejados fenómenos colaterales que afectan a los civiles que están viviendo en los teatros de operaciones de los conflictos armados. La población civil sufre carencia de alimentos y todo tipo de productos y servicios necesarios para llevar una vida normal. Eso ocurre en el terreno material, pero la afectación en el terreno emocional y espiritual suele también ser devastadora. En muchas guerras, los invasores, los que van ganando las batallas, al posesionarse de regiones en disputa, obligan a la población a proveer de alimentos y otros productos a las tropas. Y también esos habitantes sufren vejaciones, violencia y actos de suma injusticia. Solamente los ejércitos con una moral elevada y un alto compromiso con la causa de su pueblo, no agreden a la población civil.

Sofía Coppola realizó, en 2017, una cinta que logra captar esa situación de desmoronamiento moral en seres humanos, los cuales, aunque nunca se propusieron hacer daño a alguien, terminan por convertirse en verdugos de quienes quisieron ayudar. La cinta es El seductor. La narración se ubica en 1864, cuando estaba en su apogeo La Guerra de Secesión en Estados Unidos. Como ya han establecido los historiadores más objetivos, ésta fue una guerra en la que la parte norte de la futura superpotencia mundial buscaba acabar con la esclavitud de los afroamericanos, no por humanismo –como suelen plantear los que manipulan los hechos históricos para esconder su verdadera esencia para llevar agua a su molino–, sino por razones económicas: el norte industrializado y con un claro y potente desarrollo capitalista necesitaba liberar la fuerza de trabajo de millones de personas esclavizadas por los grandes terratenientes esclavistas de los estados del sur norteamericano, los cuales querían mantener un orden social destinado a la exportación de productos agrícolas (principalmente algodón) y rechazaban, por tanto, que se liberase a los esclavos afroamericanos.

El seductor es la historia del cabo del ejército unionista John McBurney (Colin Farrell), quien herido gravemente en una pierna se refugia en un internado para señoritas ubicado en el estado sureño de Virginia. Martha (Nicole Kidman) es la directora de ese internado y es una mujer de carácter fuerte y valiente que decide no denunciar la presencia de John a los confederados. Martha cura las heridas del soldado yanqui y, al recuperarse éste, no desea salir del internado, pues considera que ahí estará más seguro. Incluso se ofrece para trabajar como jardinero del instituto. Sin embargo, siendo un internado para señoritas – aunque quedan ya pocas internas–, las de más edad, que ya no son adolescentes, comienzan a inquietarse con la presencia del joven y apuesto cabo convaleciente. John, en apariencia, se enamora de la profesora Edwina (Kirsten Dunst); luego comienza cortejar a Edwina, y ésta se muestra dispuesta a corresponderle. Una noche, al escuchar ruido en una habitación, Edwina descubre que John está con Alicia (Elle Fanning) teniendo relaciones sexuales. 

Al verse descubierto, John intenta convencerla de que todo es un simple error; pero Edwina lo empuja violentamente y John cae por unas escaleras, abriéndose la herida que aún no ha terminado de sanar. John queda inconsciente y Martha, al ver que se desangra y que pronto esa herida le causará la muerte a McBurney, decide amputarle la pierna. Cuando recobra el conocimiento, el soldado yanqui ve su nueva realidad y casi enloquece. Somete a todas las mujeres con un revolver. Para contener al soldado, Edwina se entrega a él, pero Martha urde el envenenamiento de John. Éste muere y su cuerpo es abandonado a las afueras del internado. Queda claro que no es en sí la guerra la que produce situaciones moralmente monstruosas, es el orden social, que engendra individuos inescrupulosos, seres que llegan, como Martha a utilizar a niñas para cometer asesinatos.