La mayoría de las mujeres estuvieron excluidas del deporte y debieron luchar mucho tiempo para tener acceso a tales prácticas porque éstas eran consideradas exclusivas de los hombres.
En los Juegos Olímpicos de la antigua Grecia, hace dos mil años, las mujeres tenían prohibido participar en las competencias, las solteras únicamente podían ser espectadoras y las casadas ni siquiera esto.
En 1896 se organizaron las primeras olimpiadas modernas y las mujeres no tuvieron participación, porque el Comité Olímpico Internacional (COI) conservó la misma posición discriminatoria.
El barón Pierre de Coubertin, el artífice de la recuperación de los juegos olímpicos, se opuso hasta su muerte a la participación femenina porque decía que la mujer debía sólo mirar, aplaudir y coronar a los ganadores.
Sin embargo, en los Juegos Olímpicos de París en 1900, la segunda edición, entre los 997 deportistas participaron 22 mujeres que compitieron en tenis y golf, competencias consideradas como invitadas o de exhibición junto a técnica de vela, pruebas hípicas y croquet.
A partir de entonces las mujeres entraron poco a poco en disciplinas como la natación, uno de los deportes básicos de las olimpiadas, como ocurrió en las de 1912, cuando su participación se duplicó y compitieron 48 deportistas.
En respuesta a esta actitud machista, la francesa Alice Millat y deportistas de otras naciones organizaron la Primera Olimpiada Femenina en 1921 y constituyeron la Federación Internacional Deportiva Femenina (FSFI) con el doble propósito de promover el deporte en este género y lograr su inclusión en los Juegos Olímpicos.
La FSFI organizó los primeros Juegos Mundiales Femeninos en 1922, que se reeditaron en 1926, 1930 y 1934 con la participación de 200 deportistas de 18 países. Estos números obligaron al COI a rectificar su política excluyente. Después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), periodo durante el cual no se organizaron los Juegos Olímpicos, la participación femenina creció constantemente y en la edición de Montreal, en 1976, superó en 20 por ciento el número de competidores.
Cuando la llamada Guerra Fría dividió al mundo en dos regiones, la Este y la Oeste, las mujeres deportistas nuevamente volvieron a “sobrar” en las competencias.
En la década de los 60, cuando se dio la llamada “segunda ola del feminismo”, los gobiernos al servicio del capitalismo en Occidente aplicaron políticas que limitaron la participación femenil en los deportes. Pero la entrada de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y otros países comunistas en los Juego Olímpicos logró, además de una ampliación sustancial en el número de mujeres, que en los equipos nacionales hubiera competidoras de clase humilde, a diferencia de lo que ocurría en los selectivos de los países desarrollados, en los que predominaban mujeres de clases sociales elevadas.
En los gobiernos socialistas, asimismo, no hubo reparo en quiénes ganaban las medallas, si hombres o mujeres, porque el objetivo principal en el deporte consiste en competir con el mayor esfuerzo posible y batir las marcas vigentes.
Hoy, lamentablemente, en la mayoría de las prácticas deportivas, sobre todo en las de nivel profesional, las mujeres son excluidas de las competencias y los organizadores se empeñan en vender la imagen de las figuras masculinas.
Debemos luchar por una política deportiva que brinde por igual las mismas oportunidades de crecimiento y competitividad a hombres y mujeres en los niveles amateur y profesional.