La eugenesia fue practicada desde hace miles de años por el hombre para mejorar especies animales y vegetales, pero no la aplicó para perfeccionar sus propias castas. De esto sólo se hizo consciente hasta 1883, cuando después de la publicación de su libro El genio hereditario (1869) el investigador británico Francis Galton (1822-1911, antropólogo, geógrafo, meteorólogo, estadístico) la definió como una ciencia destinada a aumentar las habilidades físicas y mentales de los grupos humanos.
De 1900 en adelante, la eugenesia realizó avances importantes a partir de las investigaciones de Charles Darwin en materia de degeneración biológica y de las del genetista austriaco Gregor Mendel. En los años 20 del Siglo XX, esta ciencia incipiente fue desvirtuada cuando cayó en manos de los pensadores y científicos que propiciaron el surgimiento del racismo como bandera política del imperialismo europeo, especialmente en la Alemania de Adolfo Hitler y la Italia de Benito Mussolini.
En este libro de difusión científica, que Frederick Osborn publicó por primera vez en 1968 en Estados Unidos, se recogen varias conclusiones inamovibles como las siguientes: que ningún individuo es igual a otro, incluidos los gemelos idénticos; que cada individuo es portador de anomalías y defectos, tanto en sus miembros como sus cinco sentidos (vista, oído, tacto, olfato, gusto) y que quienes los eluden al 100 por ciento pueden vivir en promedio 100 años.
También se concluye que los defectos y anomalías se heredan y se adquieren por enfermedades o desuso corporal, como se evidencia en las aves domésticas (gallináceas, patos y gansos) que perdieron su capacidad de vuelo por no usar las alas; que en los hospitales psiquiátricos, el 50 por ciento de los pacientes ingresan por esquizofrenia y que esta anomalía mental afecta al uno por ciento de las poblaciones.
Que las aptitudes, defectos y anomalías están dispuestas en los10 mil genes de los seres humanos; que hasta el último tercio del siglo pasado se habían detectado entre 15 y 20 defectos graves y 132 rasgos anómalos determinados por factores genéticos; que 21 eran trastornos metabólicos, 15 de piel, 28 esqueléticos, siete dentales y bucales, cinco estomacales, 14 sanguíneos, dos urogenitales, 19 oculares, cinco auditivos y 16 nerviosos y musculares.
El libro invoca con frecuencia el índice de oportunidad, el cual plantea que si todos los individuos murieran a la misma edad y tuvieran el mismo número de hijos no habría selección natural porque ésta es propiciada por la mortalidad.