Algunos secretos de la pesquería menor en el Golfo de México.
En esta novela realista de Carlos Isla se detallan varias de las experiencias más amargas sufridas por Melesio a causa del supuesto “tesoro de Moctezuma”. Entre ellas, la de enterarse que mientras estuvo encarcelado en el puerto de Veracruz, su casa en construcción (cuyo terreno fue adquirido con el poco dinero que obtuvo con la venta de las joyas) fue excavada por sus vecinos y que su madre Isaura y su esposa Edelmira fueron amenazadas de muerte para que revelaran el sitio donde “escondían” el oro extraído de la Cueva de Enmedio.
Isla cuenta que el pulpero se decepcionó mucho cuando el primer relojero-joyero al que recurrió para vender la barrita de ojo, que inicialmente había rescatado del arrecife de la escollera de Boca del Río, intentó engañarlo con el cuento de que aquélla era de cobre; y cuando el segundo, el dueño de la relojería El Rubí, incurrió en la misma táctica comercial y cuando se dio cuenta que no podría embaucarlo se la compró en 10 mil pesos, pero lo comprometió a que le llevara más piezas de oro.
Además, una vez que se halló en la panza de su desgraciada aventura, Melesio se vio envuelto en especulaciones periodísticas y gubernamentales como la de que El tesoro de Moctezuma era transportado en la avioneta del líder del Sindicato de Trabajadores del Mar, la que meses atrás había caído en un arrecife cercano; o como la de que era el botín que el famoso pirata europeo Lorencillo había juntado cuando saqueó Veracruz en 1638, versiones que carecían de sustento en los anales de la historia reciente y antigua del puerto.
Pero en la novela hay contenidos novedosos y muy atractivos, como es el caso de la relación de algunos de los hábitos culturales de los pescadores de Veracruz, Boca del Río y Mandinga. Entre ellos se hallan los platillos mágicos para “secar” o “espantar” lluvias; el corte a cuchilladas y machetazos de los vientos de temporal y el rezo de la Oración del Mar para conjurar la presencia del diablo (mandinga) y los tíos Cangrejo y Tiburcio. El último párrafo de la novela dice:
“En la terminal de los autobuses del sureste, esperaban el camión que los llevaría a Catemaco, donde transbordarían al urbano para Santecomacapan y por último a la lancha para Las Perlas. En cuatro bultos de ropa y tres cajas de cartón llevaban todas sus pertenencias. Doña Isaura, con su monólogo permanente en el que intercalaba sones y sollozos; Melesio, con los ojos rojos y la mirada vuelta hacia sí, viajando ya por su interior; sus hijos, queriendo saber el porqué de todo lo que encontraban; mientras Edelmira revisaba que todo estuviera listo para el viaje. Desde que su marido faltó, ella había asumido tanto la responsabilidad como el mando de la familia”.