El 15 de abril de 1968, a los 66 años, moría en Toulouse, Francia, país al que llegara en 1939, junto a miles de exiliados que huían del franquismo, la médica, escritora y militante antifascista Amparo Poch y Gascón, nacida en Zaragoza, España, en 1902. Terminaba así, en el exilio, una vida entregada a la lucha codo a codo con los obreros de su país y luego a paliar el sufrimiento y a cuidar la salud de sus compañeros de infortunio, atendiendo sin descanso, casi hasta su último aliento, a los necesitados pacientes del dispensario de la Cruz Roja y enfrentando la marginación, las penurias materiales y los peligros a que estaban expuestos los refugiados “rojos”, situación que se intensificaría en la Francia ocupada durante la Segunda Guerra Mundial.
“El Ángel de la Guarda de los refugiados españoles” y “La flor más bella del exilio”, son algunos de los calificativos de aquellos a quienes su conocimiento médico y calidez humana beneficiara, como consigna Antonina Rodrigo en la excelente biografía titulada Una mujer libre. Amparo Poch y Gascón, médica y anarquista.
Amparo Poch fundó, en 1936 –junto a Lucía Sánchez Saornil y Mercedes Comaposada–, la revista Mujeres libres; ahí se encargaría de la sección Sanatorio de optimismo, donde su personaje, la Doctora Salud Alegre se encargaba, con fino humor, de reflexionar sobre diversos problemas de salud física y espiritual y emitir recomendaciones médicas y psicológicas a pacientes ficticios.
Fue defensora del amor libre, el divorcio y la libertad sexual; y promotora de la salud reproductiva y la contracepción. Su padre y su familia, partidarios del bando vencedor, nunca perdonaron su desvío de la moral y las buenas costumbres católicas. Sus pacientes y su trabajo en el dispensario fueron depositarios de su energía y optimismo, incluso cuando su fuerza vital se iba apagando.
El niño asesinado (Romance pequeñito), es un poema aparecido en el Número 8 de la revista Mujeres libres. En él condena la múltiple injusticia que representan las víctimas infantiles de las guerras: son inocentes y su sacrificio golpea en lo más preciado, limpio y sensible del pueblo; al matar a un niño se aniquilan todas las posibilidades de ver el fruto maduro, se cancela el futuro de la humanidad.
Corría la bala y decía al viento:
–¿En dónde me clavo
para dar más duelo?
El niño jugaba,
soñaba sus juegos,
–Pues ¿qué será la guerra
con sus hombres fieros?
Corría la bala...
–¿Dónde irá mi hierro
traidor y asesino
por ser más certero?
El niño soñaba,
jugaba sus sueños.
–Pues ¿qué será la guerra
si estaba tan lejos?
Capullo temprano,
cortado y deshecho,
fruta no madura
robada del huerto;
los ojos cerrados,
los labios resecos,
los brazos tendidos...
¡está el niño muerto!
Una interrogante se mecía al viento:
¿Qué es lo que han matado,
poeta, guerrero,
atleta famoso, hombre justiciero?,
¿cruel?, ¿bondadoso?,
¿compasivo?, ¿fiero?,
¿egoísta?, ¿humano?,
¿cobarde?, ¿sincero?...
Pues ¿qué era la guerra
si estaba tan lejos?