Este texto rescata la versión periodística de un suceso cotidiano pero atípico de los años 70 del siglo anterior, a la que su autor incorporó nombres e incidentes distintos a los originales a fin de ofrecerlo como la novela dramática que en realidad fue para su protagonista central: un humilde pescador de pulpos que después de hallar un centenar de joyas prehispánicas en un arrecife de Boca del Río y suponerse millonario, padeció extorsiones, cárcel, torturas, despojos y aún la envidia y el acoso de quienes intentaron compartir con él esa fortuna.
Pero desde que la prensa dio a conocer la existencia de esta riqueza oculta bajo las aguas de la extensa bahía de Veracruz, Melesio Martínez Cházaro, el pulpero de Boca del Río, empezó a advertir el brillo insidioso de la codicia y la envida en los ojos de muchos de sus vecinos de domicilio, compañeros de trabajo, policías, autoridades judiciales y empresarios, entre quienes resaltó don Reinaldo, un buscador de tesoros que pagó al abogado que lo sacó de la cárcel a cambio de que volviera a buscar el tesoro de la Cueva de Enmedio.
Esta nueva búsqueda, financiada por don Reinaldo, fue llevada a cabo desde la costa de Tampico, Tamaulipas, pero el resultado fue decepcionante porque tanto las primeras como las últimas joyas de El tesoro de Moctezuma –integrado con pectorales, collares, brazaletes, pulseras y aretes con figuras de bajorrelieve de caracoles, tortugas, serpientes, monos, loros, venados y calaveras –eran réplicas de las halladas en la Tumba 93 de Monte Albán, Oaxaca.
Éste fue el dictamen de un joyero austriaco que residía en Estados Unidos y que ofreció a don Reinaldo un monto ridículo por las piezas recién rescatadas, lo que provocó que éste se negara a pagar a Melesio sus servicios de buceo submarino. Finalmente, el pulpero quedó al garete en Tampico, se dedicó a emborracharse y fumar mariguana hasta que su esposa Edelmira pudo ir por él, llevárselo a Puerto de Alvarado y más tarde a Catemaco.
El fortuito descubrimiento del llamado Tesoro de Moctezuma permitió al laborioso y honesto pescador de Boca del Río vivir una serie de peripecias a las que de otro modo jamás habría accedido: entre ellas, disponer en tres ocasiones de varios miles de pesos juntos; ilusionarse con la posesión de una casa propia construida con ladrillos y techo de cemento; convertirse en personaje público; ser entrevistado por la prensa nacional y extranjera y recibir el apodo Cuauhtémoc en alusión al parentesco que el último tlatoani mexica tuvo con su antecesor Moctezuma Xocoyotzin.