El aire entra por la nariz y la boca, desciende a través de la garganta (faringe) para alcanzar el órgano de fonación (laringe). La entrada de la laringe está cubierta por un pequeño fragmento de tejido, la epiglotis, que se cierra de forma automática durante la deglución, impidiendo así que el alimento alcance las vías respiratorias.
La tráquea es la vía respiratoria más grande, se ramifica en dos vías más pequeñas: los bronquios principales izquierdo y derecho, mientras que cada pulmón está dividido en secciones (lóbulos): tres en el pulmón derecho y dos en el izquierdo, el izquierdo es ligeramente más pequeño que el derecho porque comparte espacio con el corazón, también en el lado izquierdo del tórax.
Los bronquios, a su vez, se ramifican múltiples veces en vías respiratorias más pequeñas, hasta acabar en las más finas de todas: los bronquiolos, que tienen un diámetro inferior a medio milímetro (o un 2/100 de una pulgada). Las vías respiratorias se asemejan a un árbol invertido, por lo que esta parte del aparato respiratorio a menudo se denomina árbol bronquial.
Las vías respiratorias de gran calibre se mantienen abiertas gracias a un tejido conjuntivo, semiflexible y fibroso llamado cartílago. Por otro lado, las vías respiratorias de pequeño calibre se sostienen mediante el tejido pulmonar que las rodea y que está adherido a ellas, las paredes de las vías respiratorias más pequeñas tienen una delgada capa circular de músculo liso. El músculo de las vías respiratorias puede relajarse o contraerse, cambiando de este modo el calibre de las vías respiratorias.
Al final de cada bronquiolo se encuentran miles de alvéolos (pequeños sacos de aire). Conjuntamente, los millones de alvéolos de los pulmones forman una superficie de más de 100 metros cuadrados (mil 111 pies cuadrados). En el interior de las paredes alveolares se encuentra una densa red de diminutos vasos sanguíneos denominados capilares. La barrera entre el aire y los capilares es extremadamente fina, lo que permite que el oxígeno pase desde los alvéolos hacia la sangre y que el dióxido de carbono pase desde la sangre en el interior de los capilares hacia el aire en el interior de los alvéolos.
La pleura es una fina membrana transparente que recubre los pulmones y que reviste el interior de la pared torácica; permite que los pulmones se muevan suavemente durante la respiración, incluso cuando la persona está en movimiento, normalmente, entre las dos capas de la pleura sólo hay una pequeña cantidad de líquido lubricante. Las dos capas se deslizan suavemente, una sobre otra, cuando los pulmones cambian de tamaño y de forma.
El sistema respiratorio, como los demás sistemas que conforman el organismo humano, se fortalece y su funcionamiento se optimiza mientras el individuo les exige una mayor eficacia mediante estímulos externos, precisamente como el ejercicio físico o la práctica deportiva.
Existe una enorme diferencia entre un individuo que realiza actividad física con regularidad y alguien que lleva una vida principalmente sedentaria; naturalmente, existen contrastes que pueden verse a simple vista, pero los más importantes ocurren en el interior del cuerpo humano como, por ejemplo, contar con un aparato respiratorio eficaz, sano y vigoroso, por lo que es necesario que combatamos el sedentarismo y nos dispongamos a realizar más actividad física, porque eso le conviene a nuestro cuerpo.