Adelantada a su tiempo, la poesía de la ecuatoriana Ileana Espinel Cedeño (1931-2001) anuncia ya la irrupción de las voces femeninas en la literatura de su país y del continente entero; moderna e inteligente es su lírica; sin estridencias, se rebela ante las trabas impuestas a la mujer para participar en la vida intelectual. Su rechazo a las convenciones sociales heredadas del siglo anterior se expresa, entre otras formas, en su negativa a contraer matrimonio. Cuentan sus biógrafos que, deslumbrada por la poesía de Vallejo y Neruda, y siendo objeto de admiración de un grupo de jóvenes poetas de su generación, la joven poetisa dio muy poca importancia a un acomodado pretendiente que contaba con la aprobación de su propia familia; la presión para que lo aceptara pronto recibió literaria respuesta en los versos de Practicismo(Piezas líricas, 1957) en el que, echando mano de un fino sentido del humor, deja bien claro que convertirse en la esposa de un rico comerciante estaba muy lejos de sus intereses.

 

El practicismo práctico sugiere que me case

con un buen comerciante,

porque así dejaré de recibir auspicios y de dar recitales...

El practicismo práctico alega que no puedo

vivir sólo de versos;

que necesario es pasar donosamente

y digerir manjares y no frijoles secos...

Mi madre de mi alma

está de acuerdo en esto,

y lo mismo mi abuela,

mi tía, mi cuñado,

mis dos lindos hermanos

y todos los amigos de mi querida gente...

De la raíz más honda del practicismo, brota:

“¡Ileana, un comerciante!... ¡Un comerciante, Ileana!”

Pero Ileana, la tonta, la lírica, la loca,

se casará

–si se casa–

con un pobre poeta.

 

Muy diferente es el tono de Ileana Esquivel cuando deja de lado la presión social sobre ella misma para obligarla a desempeñar el rol femenino de esposa y madre y pasa a denunciar, airada, la violencia feminicida; “María Juana Pinto, una humilde mujer, fue victimada a golpes, en presencia de sus tres pequeños hijos, cuando fue sorprendida por el cuidador de una hacienda llevándose una botija de agua. Diario El Comercio, Quito, 13 de abril de 1970”, reza el epígrafe de María Juana Pinto, que da en el clavo cuando, al denunciar el salvaje asesinato, no pone en primer plano el que la víctima fuera una mujer, sino que destaca su condición de indígena, de encontrarse en pobreza extrema y en situación desesperada ante la terrible injusticia que representa la carencia de un bien tan preciado como el agua. Ileana Espinel se estremece ante la muerte de Juana Pinto y, entendiendo que representa el sufrimiento de millones de seres, la enarbola como el ejemplo supremo de la irracionalidad de esta sociedad.

 

Esa agua repentina que tomaste

a cambio de tu piel en la quebrada,

me sabe a voz rugiendo de atonía

y a látigo de sol bajo la noche…

Nada pudo el amor de tus tres hijos

ni el de Aquel que dijera: “Dadle agua al sediento”.

Te molieron a palos, María Juana Pinto

que vives en la cruz de estas palabras.

Manuel Ortiz se llama tu verdugo,

otro de los mil nombres del Sistema.

(Ignara faz del odio que galopa

sobre el asfalto humano de la Tierra).

José Manuel, y Angela, y Manuela

–huérfanos de tu sombra miserable–

en asombro contemplan tu cadáver

iluminando el hoyo de la hacienda.

¡Entrégame la sed de tus raíces,

pobre india del páramo quiteño;

y llévate mi cántaro que espera

tu redención, clamante de agua justa!