Cuando una industria desaparece por obsolescencia tecnológica, la mano de obra se traslada a una nueva más moderna o actualizada, según la historia económica. Sin embargo, hoy está lejos de suceder esto porque en los países desarrollados y sus mercados de consumo y producción satelital la robotización está automatizando los procesos fabriles y echando a la calle a gran parte de los trabajadores, sin darles oportunidad de saltar a otras empresas industriales y comerciales. Este fenómeno no es nuevo, porque data de los inicios del capitalismo primitivo, cuando las máquinas empezaron a desplazar mano de obra, cuyo impacto entonces no fue brutal porque el nuevo sistema económico se hallaba en expansión y tenía la necesidad imperiosa de más mano de obra barata.
Pero ahora, con el agotamiento del capitalismo y la innovación nunca antes generada por la inteligencia artificial, gigantes tecnológicos como Apple, Microsoft, Amazon, Alphabet y Meta están despidiendo a muchos de los miles de empleados que habían contratado cuando comenzaron a expandirse a nivel global. En el caso de México, el estudio El riesgo de automatización en México. Diferencias temporales y generacionales entre las distintas ocupaciones, elaborado por la Comisión Económica de América Latina y Caribe (CEPAL), revela que entre 2005 y 2020 el 11.3 por ciento de las tareas laborales fueron automatizadas; que otro 11.7 por ciento de ocupaciones enfrentaron ese riesgo y que hoy el 64.4 por ciento de los empleos en México se hallan frente al riesgo de ser automatizados.
El informado lector seguramente recuerda que muchos de los trámites que antes se hacían en las ventanillas de los bancos hoy pueden hacerse a través de una app en el celular y que, de igual forma, muchos trámites se hacen en línea sin que haya que ir a una caja del súper, porque puede hacerlos de forma automática. Es decir, la automatización es un asunto de la cotidianidad actual y en la medida que avanza causa espanto, porque muchos de los trabajadores corren el riesgo de perder sus empleos; sobre todo en países como el nuestro, donde el capitalismo subdesarrollado ofrece pocas opciones de empleabilidad y se halla cada vez más alejado de compartir el mito del “pleno empleo”, que ha caído por su propio peso en las mismas naciones desarrolladas.
El capitalista accede inmediatamente a la automatización porque con ésta aumenta su producción, abarata costos, reduce su lidia con los empleados y obtiene mayores ganancias. Sin embargo, estos múltiples motivos de alegría se estrellan contra su cara, porque a pesar de que puede producir millones de mercancías en tiempo récord, éstos no se venden con la misma velocidad por la sencilla razón de que las masas consumidoras se encuentran empobrecidas, bien porque están en el desempleo o porque reciben salarios míseros, además de que su creciente malestar pone en riesgo potencial la estabilidad política del sistema capitalista.
Cuando los capitalistas piensan que tienen derecho a la automatización sin considerar el derecho de los trabajadores cometen un craso error, porque además de las consecuencias ya descritas, están propiciando no la emergencia de una catástrofe que acabe con la humanidad, pero sí una cuestión que tanto Musk como Zukerman han entrevisto: un aceleramiento de la crisis del capitalismo derivada de la no venta de las mercancías, generado a su vez por el desempleo masivo y los ingresos por salarios laborales demasiado bajos. En conclusión: el sistema capitalista falla irremediablemente y el miedo más terrible del capitalista es que éstos se den cuenta de que son la inmensa mayoría y que, como dijera el poeta veracruzano, den un paso y que la tierra tiemble bajo sus pies.