Cada cuatro años, febrero pasa de 28 a 29 días. Esto tiene que ver con los ajustes al Calendario Gregoriano, pues la Tierra no tarda exactamente 365 días en completar su órbita alrededor del Sol, sino 365 días, 5 horas, 46 minutos y 56 segundos. Entonces, para compensar la acumulación de tiempo es que se estableció el año bisiesto, explicó el investigador del Instituto de Astronomía de la UNAM, Daniel Flores Gutiérrez.
El investigador destacó que dicha discrepancia, aparentemente insignificante, se acumula con el tiempo y puede ocasionar desajustes significativos en caso de no corregirse; cálculos que los mayas ya contemplaban en sus calendarios, mismos que se caracterizan por incluir múltiples ciclos de tiempo interconectados.
Señaló que, a diferencia del calendario gregoriano, el maya registraba los días en grupos de cuatro años, a los que llamaban norte, sur, este y oeste. Al integrar los cuatro grupos, cuyos días no duraban lo mismo, se obtenía un día más, lo que quiere decir que ya era un ajuste previsto y no necesitaba un nombre en específico.
Por esta razón, se decidió abordar esta diferencia mediante la adición de un día extra al calendario cada cuatro años, lo que resulta en 366 días en lugar de 365. Este día adicional es el famoso 29 de febrero, diseñado para ajustar nuestro calendario y mantenerlo sincronizado con el movimiento real de la Tierra alrededor del Sol.
Concluyó que la cultura maya utilizaba ciclos más largos para hacer coincidir sus calendarios con la órbita de la Tierra, de manera que no tenían un año bisiesto tal como se conoce hoy en día.