Durante la segunda mitad del Siglo XVIII, la región del Bajío fue una gran actora en el teatro de la cría y comercialización del ganado bovino en la Nueva España, así también los territorios norteños que ahora ocupan con Nuevo León, Sonora y San Luis Potosí. Se tiene registro de que del norte del país se hacían envíos periódicos de hatos a Puebla, Ciudad de México y la zona de los volcanes. Sin embargo, la ganadería no prosperó debido a que la actividad principal en el centro del país era agrícola.

Cuando los hatos sobre-pastorearon el Bajío, la ganadería se desplazó hacia el norte del altiplano, al desierto chihuahuense. Aunque es cierto que no ofrecía una vegetación basta, proporcionaba grandes planicies “libres” de conflictos con tribus locales. Además, la floreciente minería en Sonora, Durango y Chihuahua cobijó con interés la crianza de hatos útiles para el transporte y materias primas, así como alimento para peones. En palabras de Jordan (1993), el binomio norteño ganadería-minería fue tan complementario y necesario el uno para el otro como el binomio azúcar-ganadería en el sur del país. Y como complemento para beneficio de la naciente industria minera, la evangelización de los pueblos chichimecas garantizó mano de obra suficientemente entrenada para la minería y la cría del ganado a las órdenes Jesuitas.

Los ganaderos poblaron el sur de Chihuahua, los alrededores de Parral, donde se garantizaba agua abundante casi en todo el año. Otra vertiente del ganado se distribuyó a través de la Sierra Madre Occidental. El ganado que huía de los hatos se quedó habitando en forma salvaje la sierra chihuahuense, y a poco, fue criado y conservado entre los Tarahumaras como fuente de carne, leche y piel. Por eso a este biotipo de bovino se le ha nombrado Criollo Rarámuri y comparte el mérito con el Criollo Mixteco Poblano de ser los últimos recursos genéticos bovinos mexicanos que conservan sus lazos genéticos reconocibles con las razas Ibéricas.

Hasta el Porfiriato (1876-1911), la economía de la nueva República estuvo en ruinas; las actividades principales eran minería, agricultura e industria textil. La ganadería no figuraba como una actividad económica preponderante, sin embargo, el menguado comercio ganadero funcionaba razonablemente bien a través de un sistema de crédito rural que permitía a los menos favorecidos, que eran la mayoría, adquirir semillas, granos para siembra, alimentos y hasta un poco de ganado, la mayoría para autoconsumo. 

Durante el periodo porfirista se impulsó la economía a través de la gran obra ferroviaria implementada para mejorar el comercio y la comunicación entre el centro del país con las costas, el sur y el norte minero del país hasta las fronteras con Estados Unidos. Se reformaron leyes para la salud, las artes, el comercio y la educación básica y superior de la cual empezaban ya a dar fruto los esfuerzos de décadas de desarrollar universidades especializadas en el estudio del campo y su desarrollo técnico. En este escenario, México se planteó convertirse en un actor importante en materia agroindustrial; por consiguiente, se establecieron contratos con naciones extranjeras por abasto de bovino en pie y forrajes tropicales, principalmente con Estados Unidos, que llevaba décadas procurando controlar el mercado de la carne en el Atlántico.

La creciente demanda de carne para consumo surgió de importaciones de ganado que suponía más eficiencia productiva y garantizaba su estabulamiento; pero ello significaba el comienzo del abandono del ganado criollo mexicano. Durante el periodo se importaron 160 mil ejemplares ejemplares bovinos de raza cebuina (Bos indicus). En 1884 se introdujo, desde Nueva Orleans, ganado proveniente de Brasil. Las razas cebuinas (de joroba), establecidas y criadas en el continente africano y La India, demostraron rendimientos inferiores en ganancia de peso y rendimiento de canal y mayor intervalo entre partos en comparación con otras razas, pero mayor capacidad de adaptación a climas tropicales con alta humedad y radiación solar, mejor adaptación a forrajes pobres y mejor resistencia a parásitos. Estas ventajas le abrieron espacio a las razas cebuinas para ser apreciadas en el continente americano y experimentar sus cruzas con razas europeas en regiones ganaderas con climas tropicales del centro y sur del continente.